Ante la extensión del fraude electoral en los desacreditados comicios afganos del 20 de agosto, EEUU y sus aliados presionaron al gran beneficiario de las irregularidades, el presidente Hamid Karzai, para que aceptara una segunda vuelta que debía celebrarse el próximo sábado. Pocos días antes de la cita electoral, los mismos aliados han presionado a Kabul para anular la convocatoria y declarar a Karzai vencedor. El temor del otro contendiente, Abdulá Abdulá, a la repetición de las múltiples irregularidades de agosto le dio la justificación para retirarse de una campaña cuyo resultado en favor de Karzai parecía cantado y abrió la puerta a la anulación.

Los motivos aducidos por los aliados son el temor a una baja participación, la violencia talibán y la repetición del fraude. Siendo todos ellos ciertos, la anulación priva de la legitimidad que la segunda vuelta debía dar al proceso electoral. Este golpe de mano debería cerrar dos meses de crisis y permitir a Obama decidir su nueva estrategia para Afganistán.

Sin embargo, la crisis no está cerrada. Karzai carece de base sobre la que construir su credibilidad. EEUU y sus aliados insisten ahora en que integre n su Gobierno a Abdulá para compartir el poder en una muestra de unidad nacional que no existe. Y, mientras, los afganos asisten mudos al mercadeo sobre su futuro.