Hace días que nos llegan. Desesperados, contundentes y claros, algunos. Otros, más racionales y elaborados, aportando datos, estadísticas, y términos médicos, que a la mayoría de los mortales se nos escapan. Pero el mensaje siempre es el mismo: los sanitarios nos están alertando de que la pandemia no se está gestionando bien y de que cada día ir a trabajar para ellos es una ruleta rusa. Pero nadie parece escuchar.

Nos cuentan que reutilizan las mascarillas, que cada día lavan ellos mismos en sus casas, que se fabrican batas con bolsas de basura y que temen contagiarse del virus y no poder atender a los miles de pacientes que llenan los hospitales. Que nadie quiere cuidar a sus hijos porque todos asumen que ellos también tienen el virus.

Nos advierten de que falta personal, material de asistencia y de protección, y denuncian que no se hicieron las cosas a tiempo, pese a que se contaba con información para predecir que lo peor estaba por llegar. Aseguran que no quieren ser mártires, sino profesionales. Y parece que nadie presta atención.

Todo esto nos llega a través de las redes sociales. En sus perfiles de Facebook o de Twitter o por mensajes de Wassap que se hacen virales entre la población. Porque si algo distingue a esta pandemia de las anteriores es que el miedo, el pánico en muchos casos, se hace patente y se extiende como la pólvora en los llamados Social Media, sin filtros, para bien y para mal.

Es cierto, que en muchos casos, hay bulos, mentiras y exageraciones. Las bromas del día de los graciosos de turno, que muchos esperan como agua de mayo para romper la rutina, porque en España nos gusta reírnos de todo como sistema de defensa cuando nos morimos de miedo; y por supuesto, la propaganda y el mal uso de la información que los políticos oportunistas del momento no dudan en utilizar como arma arrojadiza para ganar votos. Pero también hay mensajes reales, honestos y brutalmente descriptivos del infierno que los profesionales sanitarios están viviendo.

Y no estamos escuchando. Nos llegan noticias de despidos a jefes de servicio que denunciaban el negligente caos en el que trabajaban. Los celadores, las enfermeras, los colegios de médicos salen en medios serios, algunos internacionales, dan la cara y cuentan que no pueden más. Que están luchando contra un gigante sin contar con los medios necesarios y poniendo sus vidas y las de sus familias en riesgo. Ya hay denuncias en los jugados contra el Gobierno por parte de estos colectivos. Pero siguen sin escuchar.

Tanto es así que se les ningunea. Las autoridades competentes dan ruedas de prensa diciendo que si uno de cada cuatro contagiados es un sanitario es por su culpa. Por no utilizar bien los materiales de protección (esos que denuncian que no existen) y que si se han contagiado, es porque no han cumplido bien con la cuarentena como debían.

También se dice a las claras que si hay más ‘positivos’ en este colectivo es porque se hacen más test entre ellos. Y sin embargo, ésa precisamente es otra demanda del colectivo sanitario: que se les haga el test a todos, tengan o no síntomas para evitar la expansión de la epidemia.

La paradoja del asunto es que cuando se les manda a casa por ‘sospecha’ de que puedan haber pillado el coronavirus, se ha hecho hasta ahora en muchos casos sin hacerles test alguno. Y es más, en el BOE de 21 de Marzo de 2020, se publica que si no tienen síntomas se les puede pedir que se incorporen a su puesto aún en el caso de «haber tenido contacto estrecho con un caso posible o confirmado de covid-19». De manera que, de estar enfermos e incubando el virus, lo transmitirían no sólo en sus puestos de trabajo, sino en sus desplazamientos, y a sus familias.

Ya está bien. Si esto fuera una película americana (y por desgracia lo parece) todos tendríamos claro cuál sería la solución: buscar al genio experto, ése que tiene la clave, la solución al problema. Pues bien, eso es lo que deberíamos hacer: escuchar a los expertos, a los que cada día batallan con el ‘bicho’, a los que sujetan la mano de los que se van y a los que celebran entre lágrimas cuando quitan la respiración asistida a un paciente.

Ellos son los que más saben de coronavirus. No el Gobierno, no la Unión Europea, ni el FMI. Ellos. Y ellos son los que deberían estar al frente de esta crisis. Se les deberían subir los sueldos, atender sus peticiones en cuanto al material y personal que necesitan, pero de verdad. Ellos son los únicos capacitados para diseñar la estrategia adecuada de ataque, porque conocen al enemigo mejor que nadie y por eso lo temen más que nadie. ¡Golpe de Estado Sanitario, ya! Que se pongan al mando y nos lleven al final de esta película salvando el mayor número de vidas posibles.

* Periodista