Tras la victoria militar, el hecho consumado diplomático y una modificación sustancial del mapa geopolítico y energético del Cáucaso en favor de una nueva Rusia beligerante, a costa de Georgia. Apenas 24 horas después de que las dos cámaras del Parlamento ruso instaran al presidente Dmitri Medvédev, este firmó el ucase por el que reconoció la independencia de las dos regiones secesionistas, Osetia del Sur y Abjasia, de manera que Georgia queda amputada y humillada tras su fallido intento de ingresar en la OTAN, recuperar su integridad territorial y actuar como avanzadilla del despliegue militar norteamericano. Algunos líderes europeos evocaron la nueva guerra fría, pero ninguno recordó que Jruschov tuvo que retirar los misiles de Cuba en 1962 después de haber colocado al mundo ante el abismo nuclear.

La decisión rusa se produjo con celeridad pese a que varios países occidentales, a falta de mejor munición, defendieron retóricamente la integridad virtual de Georgia y fustigaron la moción de los parlamentarios rusos, olvidando el episodio similar y el peligroso precedente de Kosovo. El presidente de EEUU anunció de manera intempestiva la inminente visita a Tiflis, la capital georgiana, del vicepresidente Cheney. George W. Bush fue contundente a la hora de calificar de "decisión irresponsable" la adoptada por Rusia, conminándola a que la revalúe y respete la "integridad territorial y las fronteras" georgianas. Entiende que "la acción de Rusia solo agrava las tensiones y complica las negociaciones diplomáticas" para resolver el conflicto.

Muchos de los errores de Occidente surgen de su incapacidad para comprender las tendencias de opinión rusas, la relación de fuerzas sobre el terreno y la mentalidad de Putin, el hombre que considera la desintegración de la URSS como "la mayor catástrofe estratégica del siglo XX". Además de una amarga lección para Georgia, el golpe estratégico de Rusia en su extranjero próximo plantea un desafío, suscita fuertes discrepancias entre los occidentales y obligará a revisar los planes de la OTAN. La indignada denuncia de la agresión no puede ocultar que los occidentales poco pueden hacer para ayudar a Georgia. La política de sanciones o de hostilidad permanente, descartada hasta hora, sería un remedo inoperante de la guerra fría y solo serviría para favorecer a los sectores autocráticos. Más convincente sería respaldar a los que desean integrar a Rusia en el sistema internacional, promover la buena vecindad y reducir la dependencia energética de Europa y EEUU que tanto estimula a los halcones del Kremlin. Y no olvidemos, como arguyen los realistas en Washington, que la actitud de Rusia puede ser crucial en los principales escenarios de crisis en el mundo.