WLw os islamistas indonesios han saludado la reciente reelección del presidente Susilo Bambang Yudhoyono con dos atentados suicidas en Yakarta -nueve muertos y más de 50 heridos- que devuelven la intranquilidad al país musulmán más poblado -más de 200 millones de habitantes- y ponen en duda la efectividad de la política de desmantelamiento de la Yemá Islamiya puesta en práctica por el Gobierno indonesio. La facilidad de los suicidas para llegar hasta el centro de Yakarta y la desorientación de las autoridades resultan más significativas que el recuento de bajas para calibrar la reaparición del terror promovido por una de las franquicias más sanguinarias de Al Qaeda.

Los atentados demuestran que el entramado islamista indonesio ha resistido a la persecución de los últimos años y, al mismo tiempo, confirman los augurios más pesimistas en cuanto a su capacidad para reorganizarse. Ni los mecanismos puestos en pie para filtrar los movimientos de los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda ni el esfuerzo policial realizado por el Gobierno australiano tras el atentado en Bali del 2002, en el que perdieron la vida 202 personas, han servido para gran cosa. Más bien parece que, tal como han temido siempre los especialistas en lucha antiterrorista, la estrategia de golpear en cualquier momento en cualquier lugar es capaz de burlar todos los sistemas de seguridad. Si a ello se suma que el inicio de la retirada estadounidense de Irak ha puesto en orden de combate a diferentes grupos islamistas, es comprensible que el temor a un aumento de la inseguridad internacional esté más que justificado.