WMw edio mes después de una visita a España, donde firmó un tratado de amistad, buena vecindad y cooperación, el presidente de Mauritania, Sidi Mohamed Abdallahi, el único democráticamente elegido desde la independencia en 1960, fue depuesto por un golpe militar incruento que subraya la inestabilidad crónica de la mayoría de los países de Africa, donde la democracia es flor de un día a merced de los centuriones de turno. También revela la incapacidad de la UE para mantener relaciones estables con sus vecinos del sur, debido tanto a la acusada pobreza de estos como a unas estructuras estatales frágiles o inexistentes. Lo que prevalece en Mauritania son las relaciones clánicas y las ayudas financieras que sus uniformados reciben de otros países, encabezados por España y Francia, para compensarles por la pesca y la acción contra las mafias de la inmigración. La UE carece de una receta para curar esos males y de un protocolo de actuación. Mauritania estuvo 21 años bajo la dictadura férrea del general Taya, derribado en agosto del 2005 por un golpe militar aplaudido en Europa. El régimen surgido de las urnas en marzo de 2007, y relativamente decente, del presidente Abdallahi no ha resistido las ambiciones de los militares, la actuación de los grupos islamistas e incluso una modesta aparición del petróleo. Más allá de las condenas retóricas, la única actitud posible y prudente pasa por el entendimiento con las autoridades de facto para subrayar los intereses comunes, proteger los acuerdos en vigor y evitar males mayores. Aunque cabe reprochar a España que no supiera prever hace poco más de 15 días la suerte que estaba reservada al ya muy discutido jefe de Estado.