Supongo que en este momento algunos políticos tendrán un nudo en las tripas: han perdido las elecciones y se sentirán decepcionados. Y otros un caramelo muy dulce en la boca: estarán emocionados tras saberse ganadores. Estos celebrarán el triunfo ingiriendo millones de burbujitas de cava, mirarán hacia adelante y eufóricos lanzarán proclamas de éxitos presentes y augurios logros futuros. Los perdedores se habrán sumido en la desolación del derrotado y retrocederán en el tiempo intentando encontrar una explicación a su fracaso.

Acabó una tensa campaña electoral en la que los políticos han puesto en el oído de los votantes grandilocuentes discursos llenos de promesas y buenas intenciones, acompasados de esos gestos y maneras que ensayaron en la intimidad frente a fieles espejos que nunca se negaron a duplicar sus histriónicas imágenes.

Ya han salido todos los contrincantes del reñidero. Atrás dejaron escritas en páginas de periódicos y grabadas en programas de televisión sus bondades y mezquindades, estas últimas, lamentablemente, de mayor calibre que las primeras. A recordar la infame soflama que un deslenguado Francisco Camps pronunció contra Zapatero evocando la memoria del abuelo del presidente del Gobierno, fusilado durante la guerra civil. Qué decir del insultante José María Barreda cuando definió a María Dolores de Cospedal como una mujer que es pura fachada, agresiva y con poco fondo. Por poner dos ejemplos.

Hace unos días oí decir a Javier Castillejo , excampeón del mundo de Boxeo, que el boxeo es un deporte noble, aunque duro como la vida misma. Se quejaba el expúgil del rechazo que recibe el boxeo por parte de las instituciones, por considerarlo una actividad violenta nada didáctica y poco recomendable. Es paradójico que los aspirantes a gobernar a través de las instituciones, los que decidirán qué es beneficioso y qué es perjudicial para nuestra sociedad, recurran a todo tipo de artimañas y ofensas para ganar su particular combate político. Eso sí que son verdaderos golpes bajos.