Después de haber criado y sacado adelante a siete hijos, hoy me encuentro con un nieto de tres meses en brazos. Es como un reloj, cuando le llega la hora de su toma se despierta verraqueando y es difícil callarlo. Mientras la abuela prepara el biberón en la cocina, yo lo paseo por la casa impidiendo que él a su vez pueda arañarse la carita con el genio que le provoca el hambre. Lo que no soporto es su llanto, que aunque momentáneo porque su hambre será pronto aplacada, me pone nervioso. Ya ha comido, se ha satisfecho y vuelve a dormir como un bendito.

Veo esto y recuerdo la llamada que tuve la semana pasada. Era de un matrimonio residente en Azuaga que cada año acoge a una niña procedente de los campamentos saharauis de Tinduf. Ya son cuatro años los que la han tenido y seguramente no volverá. Este matrimonio cada viernes (día para ellos como un domingo), se pone en contacto telefónico con la pequeña; pero esta vez no cogía el móvil. Tras mucho insistir por fin se puso un familiar, al que rogaron que hablase la niña. Salma, que así se llama, se apreciaba por su voz que no es ni su sombra. Una niña tan alegre como es ella cuando está aquí los veranos, ahora sólo le queda un hilo de voz, una queja. Está enferma, postrada sobre una alfombra en el suelo en un rincón de su jaima. Llena de dolores y atacada por el hambre no le quedan fuerzas para nada.

Cuando vino este último verano traía problema de oído, y yo mismo los acompañé al hospital de Llerena donde la reconocieron y le mandaron un tratamiento. (Casi todos llegan con salud precaria a pasar aquí los dos meses, donde se les cura y se les alimenta).

La madre de acogida de Salma le suplicó llorando que hablara y por fin dijo unas palabras en su debilidad: "Quiero ir contigo a Azuaga, para que allí la pediatra me cure, por favor M... me encuentro muy mal".

Es espeluznante, y ante su súplica nos pusimos en movimiento por internet ¡y qué difícil resulta todo! Se necesitan un montón de papeles para poderla traer, y tratan de dar consuelo diciéndote: "Se mueren muchos niños" ¡Claro que sí, si desde octubre están al borde de una catástrofe humanitaria!

Mientras pienso esto mis ojos se humedecen y enciendo el vigésimo quinto cigarrillo, y todavía hay quien te aconseja que dejes de fumar y a otros, que dejen de beber.

Se siente uno impotente ante el horror y la amarga realidad de que no logras nada por ellos, o muy poco; y cada cual se refugia y se hunde donde puede. Tal vez mi carta ni se publique.

José Gordón Márquez **

Azuaga