XLxo dijo un día el periodista Iñaki Gabilondo : "Aznar ha sacado lo peor de mí mismo". Como muchos españoles, uno suscribe esa frase al pie de la letra. Pocas veces un personaje nos ha resultado tan estomagante en su soberbia, tan chulesco en sus modales, tan distante en su frialdad, tan prepotente, en fin, a pesar de sus limitaciones. En su interminable cadena de desatinos, nada se podrá comparar a la decisión de apoyar la guerra de Irak. Esa guerra, repitámoslo una vez más, ilegal e injusta. Una decisión personal, no se olvide, que con su silencio, en unos casos, y con su voto, en otros, apoyó sin fisuras su partido. Una guerra contra la que se manifestaron detrás de las pancartas, y a mucha honra, millones de personas. Unos y otros se han enfrentado antes, se enfrentan ahora y lo tendrán que seguir haciendo en el futuro, al verdadero juez: su conciencia. Es una simpleza inferir que de aquella nefasta decisión haya dependido el terrible atentado terrorista del 11-M. En la vida, las cosas suelen ser más complejas. Al lado de esa masacre, da un poco de vergüenza hablar del Prestige, del fiscal general, de la manipulación informativa simbolizada por Alfredo Urdaci y toda esa enojosa etapa de despropósitos y mentiras que, a lo que se ve, una mayoría de españoles ha decidido, con sus votos, dar por cerrada. Y no por culpa del atentado, como proclaman los voceros del extinto gobierno; entre ellos, en primera línea, los aznaristas extremeños.

Uno se imaginaba feliz por el mero hecho de no tener que desayunarse cada día con el busto parlante de ese elegido de la Historia. Su sabia decisión de retirarse (algo tenía que hacer bien este hombre), eso que, según propia confesión, le igualaba a otro de sus pares en el olimpo de la gloria: Carlos V, le permitiría a uno sobrevivir en medio de un país gris y aburrido gobernado por un presidente acaso con otro estilo: Mariano Rajoy. A veces me tomaba la licencia de pensar que ni siquiera lo haría con mayoría absoluta.

Lo que nunca supuse, a qué negarlo, es que las cosas resultaran como a la postre han resultado: con la victoria inequívoca del PSOE de Zapatero, esto es, con el escarmiento democrático de un pueblo, suma de dignidad y de fortaleza, que pasó tres días antes de las elecciones por uno de los peores tragos de su larguísima historia. Así, Carod, da gusto ser español. Así, Ibarretxe, hasta yo me lo pensaba dos veces.

Podrán estimar que uno es muy frívolo, pero lo que a mí me demostró la verdadera faz de este portento apellidado Aznar (Ansar para Bush ) fue la ridícula parafernalia montada en torno a la boda de su hija.

Con el concurso, claro está, de esa gran mujer que, según el dicho, está a la sombra de todo gran hombre. Puede que fuera por mi educación pequeñoburguesa, pero ese dispendio me dio muy mala espina. Eso y lo de poner las piernas encima de la mesa, que para eso uno se educó en los Maristas.

Me apena tener que otorgar una vez más la razón a Steiner, en su reflexión acerca de la desconfianza en el ser humano culto. Sin necesidad de traer aquí los contundentes ejemplos aportados por el autor de Presencias reales, resulta desagradable reconocer que un presunto lector de poesía haya sido capaz de colocarnos en la picota a quienes creemos que ese sutil ejercicio del sentimiento y del pensamiento, además de consolar, salva.

Su talante al frente del gobierno durante los últimos cuatro años, algo que va mucho más allá de caer o no simpático, ha demostrado que sus alardes falangistas y su "no" a la Constitución eran algo más que perdonables pecados de juventud. Good bye, Aznar. Es decir, hasta nunca.

*Escritor