Quien más quien menos confía cada año en la suerte que proporcionan los niños de San Ildefenso el mítico día 22 de diciembre, auténtica antesala de las fiestas en España. Y son una aplastante mayoría los que se alegran ese día de su buena salud ante el revés de la diosa fortuna. La lotería de Navidad es, antes que nada, una tradición que, más allá de los premios, funciona como una especie de engarce social, con mitología incluida, anécdotas por doquier y tópicos que se repiten año tras año. Las muestras de alegría se reproducen como cada diciembre por estas fechas. Cava, alegría, viajes exóticos, agujeros que se tapan e hipotecas que se liquidan. Con la inestabilidad del mundo de las inversiones, esta vez los pellizcos más o menos cuantiosos quizás se noten en un relativo aumento del consumo por parte de los agraciados.

En Extremadura, como es casi habitual, la suerte pasó de largo, salvo en Jerez y en Badajoz: apenas 4 millones de los 52 que nos gastamos. Visto como si fuera un negocio, ruinoso. Casi mejor, la Bolsa.