Tengo un amigo muy bromista con el que suelo intercambiar por WhatsApp los mejores chistes y memes de la red. La idea no es otra que la de pasar unos minutos divertidos que rebajen la obligada seriedad del día a día. Es bueno constatar que la imaginación y el humor siguen funcionando como mecanismos de defensa.

El modus operandi del humor trabaja, por lo general, a partir de una situación real a la que se le añaden giros, juegos de palabras o situaciones rocambolescas que consiguen, por ese desapego con la realidad o simplemente por lo inesperado, arrancarnos una sonrisa.

Pero es tanta la abundancia de memes y chistes -consecuencia de la necesidad social de reír, supongo- que a veces no sabe uno si ciertas noticias que lee en la prensa son verídicas o simples fakes humorísticos. El último ejemplo: la Consejería Valenciana de Sanidad pretende prohibir la incineración de los gordos con la excusa de que estas personas necesitan una cantidad muy elevada de combustible.

¿Es divertido? No mucho, sobre todo si uno es gordo y vive en Valencia. Esto vendría a recordarnos que todos no somos iguales en vida, como tratan de convencernos, y, menos aún, muertos. Los políticos del ramo de Sanidad, que tanto se jactan de velar por nuestra salud, no son capaces de rebajar los índices de sobrepeso de la población española, pero al menos mantienen la capacidad de seguir haciendo con sus leyes y normas lo que mejor saben: joder la marrana.

A mi amigo el bromista, enemigo de las injusticias y la regulación excesiva, tampoco debe de haberle hecho gracia esta normativa contra los gordos (que, creo, finalmente será desestimada). Hoy son los obesos, mañana los conductores de automóviles y pasado mañana será el propio humor lo que estará prohibido.

Las personas que contaminan la convivencia no son los gordos, sino los políticos adictos a las normas absurdas. Y además no tienen ni pizca de gracia.