Me quiero dirigir con esta carta de forma directa y personal a toda la familia, (no sé exactamente quién y a cuántos), que el pasado 12 de febrero de una forma generosa, tomaron la decisión de donar los órganos del ser querido que se les iba. Unos órganos fuertes, jóvenes, y como los cirujanos que intervinieron han dicho, de primera.

Yo, que ante todo quiero que se respete el anonimato de todos, soy el receptor del corazón y escribo estas líneas para que seáis conscientes, por lo menos en mi caso, de lo que ha supuesto esa decisión.

Soy joven y como es lógico con todas las ganas del mundo de vivir, sentir, soñar y amar. Hace unos años y por culpa de un virus se deterioró mi órgano motriz. Poco a poco, esta vida iba cada vez a peor, hasta que hace un año comenzó la caída y, tras unas prueba, decidieron incluirme en lista de espera para trasplante.

Es aquí donde comienza de verdad la cuesta arriba --o no sé si mejor dicho, la cuesta abajo-- descontrolada de sentimientos; pasar a esa soledad que te embarga, cuando en el silencio de la noche no eres capaz más que de llorar amargamente al ver cómo lentamente se te escapa algo a lo que te quieres aferrar con uñas y dientes.

Pero el dolor más profundo no sólo es el tuyo personal, es ver a toda la gente que te rodea y sufre contigo ese declive. Y en este caso y de forma muy particular la de dos personas: la de mi mujer, mi compañera, mi amiga, mi todo, que me ha acompañado a lo largo de todo este proceso con paciencia y dedicación, y también con momento de tensión y sufrimiento, y la de mi hija, que comenzó viviendo esto siendo una niña y es ahora una adolescente que ha demostrado ser casi una adulta por su responsabilidad y temprana madurez.

No os podéis imaginar lo feliz que nos habéis hecho a nosotros tres en particular. A mí, al poder gozar de esta segunda oportunidad que con fuerza, ganas y esfuerzo físico, en una recuperación lenta y costosa, me hace querer disfrutar de cada momento con muchísimo más interés y cambiar la forma de entender la vida. A mi mujer, por no privarle de ese apoyo que en muchos momentos nos es tan necesario a todos. A mi hija, por haberle cambiado una mirada triste y afligida por unos ojos brillantes y llenos de felicidad. Y también a ese gran número de familiares y amigos que me quieren de verdad y han estado ahí en cada momento, y que a diario se interesan por mi estado y recuperación.

Os doy las gracias más sinceras que jamás haya podido dar por nada en esta vida a vosotros, padres, hijos, familia y amigos de esa persona, que sin duda mucho mejor que yo, habéis demostrado a muchos la necesidad de ser donantes.

(Nota de la Redacción: esta carta no está firmada por expreso deseo del autor, cuyos datos han sido comprobados).