El l6 de octubre pasado se hizo público el nombramiento de don Ciriaco , como obispo de Albacete, diócesis joven en cuanto a la fecha de su erección canónica --algo más de cincuenta años-- y comparándola con la nuestra de Coria-Cáceres, --una de las más antiguas y con más historia de España--, prácticamente en los comienzos de su andadura histórica y necesitada de brazos nuevos.

Para algunos, el cambio estaba anunciado, por las distintas informaciones de posibles ternas que nos habían llegado pero, para la mayoría, existía la convicción de que don Ciriaco era algo muy nuestro y que, por supuesto, aquí seguiría.

Pero no ha sido así. El Papa Benedicto XVI , a través del procedimiento usual previsto, vía Nunciatura, ha nombrado a don Ciriaco, obispo diocesano de Albacete. Hasta aquí, la noticia, sin más. No pretendo hacer exégesis del nombramiento y otros entresijos que, algunos medios de comunicación, sin duda, harán y las lecturas que otros están haciendo.

Yo me limito, simplemente, a dar gracias. Gracias a Dios porque nos ha regalado, durante catorce largos años, a un hombre de Dios, bueno, sencillo, humilde, cordial y sumamente bondadoso, cercano e incapaz de hacer conscientemente daño a nadie. Ha sido, también, un regalo de la Iglesia hermana placentina, donde se formó y desempeñó tareas pastorales como párroco en Bejar y después, junto al también cercano y bondadoso obispo don Santiago Martínez Acebes , hace unos días fallecido, responsabilidades en el seminario y en la diócesis de Plasencia como vicario general.

XGRACIAS Ax sus padres que, con sacrificio y penurias, forjaron en don Ciriaco una especial personalidad, sensible al sacrificio, a la entrega callada, al amor desinteresado a todos, al servicio y atención sin acepciones. Gracias, en definitiva a esta tierra extremeña que entrega sus mejores hijos sin pasar la cuenta, sin hacer aspavientos y que han escrito las mejores páginas de su historia y de sus gestas.

Gracias, don Ciriaco, porque nos ha dado, con su sonrisa, las mejores lecciones de humanidad en esta sociedad crispada y enfrentada. Gracias, don Ciriaco porque los sacerdotes hemos visto siempre, en usted, al padre, al hermano, al amigo y compañero en el ministerio. El pueblo sencillo ha captado esta bondad y cercanía, sin acepción de personas, que no se aprende en los libros, ni en las clases y es un clamor unánime, en el comentario de la gente, "la excelente persona que se nos va", "el gran obispo que perdemos", "el entrañable amigo que nos deja". Hace unos días, en el salón de actos de la diputación provincial y celebrando la fiesta de nuestro San Pedro de Alcántara, pude observar el plebiscito unánime de unos y otros, por encima de ideologías, políticas, protocolos, oportunismos y adulaciones y un goteo interminable de personas e instituciones le visita y agradece los catorce años pasados en la diócesis. Uno, en estas ocasiones, sabe distinguir lo que es artificial y preparado y lo que es espontáneo y natural.

Gracias, porque siempre ha estado cerca de la gente; ha recorrido incansablemente la diócesis, los pueblos grandes y las parroquias pequeñas; ha llorado y acompañado la muerte de sus sacerdotes, de sus padres, hermanos y familiares más cercanos. Recuerdo, con emoción, su llegada desde Roma, a la despedida en el cementerio de Coria, de la muerte inesperada de José Luis García Rodríguez . No ha escatimado medios ni tiempo para hacerse presente en tantos y tantos encuentros de sacerdotes, cofradías, religiosas y religiosos, seminaristas, adolescentes y jóvenes, tercera edad, enfermos, niños etcétera. Ha sabido estar y acompañar los acontecimientos institucionales y populares de los pueblos, ser delicado y atento, sin perder su independencia, con autoridades y partidos de un signo y otro. Su responsabilidad en el mundo de las inmigraciones, durante unos cuantos años y por encargo de la Conferencia Episcopal, le llevó a dedicar muchas horas a este apasionante mundo de los inmigrantes, itinerantes, apostolado gitano y apostolado de la carretera. No, por casualidad, diversas instituciones de nuestra diócesis, desarrollan programas de acogida y acompañamiento a personas sin hogar e inmigrantes.

Gracias por su sencillez de vida, su desprendimiento y manera pobre de vivir, por su capacidad para el sufrimiento callado en momentos duros de su ministerio, que no han faltado y, en silencio y sin hacer ruido, ha sobrellevado.

Don Ciriaco: su paso por la diócesis ha dejado huella; esté contento de haber sido tan buen pastor, sin ruidos ni estridencias, sin protagonismos ni autoritarismos. Se le ha entendido perfectamente. Además de ser un excelente comunicador por su palabra brillante y clara, ha sido un extraordinario testigo de la fe en Jesucristo y en la Iglesia.

Agradecemos su paso por esta tierra y su sonrisa habitual en el trato y relación de cada día. La diócesis de Coria-Cáceres ha tenido mucha suerte; ha disfrutado de su presencia e influencia, del calor de su amistad. Gracias.

*Deán-presidente del Cabildo

Catedral. Vicario judicial