XExs lo más hondo y más sincero que se me ocurre decir cada vez que asisto a un concierto de la Orquesta de Extremadura: gracias. Los bravos los grito al final de cada obra interpretada, las manos se me rompen aplaudiendo el esfuerzo, la generosidad y el virtuosismo que derrochan los integrantes de esta magnífica orquesta. Y luego, cuando voy enfilando la salida, una íntima emoción hace que mis labios no cesen de decir: gracias, Gracias, GRACIAS.

Soy un cacereño de la época sorda. De cuando sólo se escuchaban cuplés, coplas y algo de flamenquillo barato. De cuando la única música más o menos culta, oculta entre pasodobles, era la que interpretaba la banda municipal (gracias, maestro Curiel ). De cuando los hermanos Berzosa intentaban dar la idea de que aquí había un conservatorio con sus heroicas clases de solfeo y de algunos instrumentos, pocos, en los bajos de Radio Cáceres, junto a la fuente luminosa. De cuando los alumnos que estudiaban seriamente, como mi vecina Carmen Díez , tenían que ir a examinarse a Madrid. A mis siete años, otra vecina, Matilde Jiménez , profesora particular de piano, le dijo a mi madre que me llevara a sus clases porque me pasaba el día colgado del alféizar de su ventana (ella vivía en el bajo) cada vez que oía sonar ese instrumento maravilloso. Vamos, que yo iba para músico. Profeta sí que era la buena señora, pero mecenas, no. Las setecientas pesetas de los años cincuenta que cobraba eran incompatibles con la alimentación de seis hijos. Y se acabó el proyecto.

Mi juventud, afortunadamente, coincidió con la época de la mejor música popular jamás escrita. Ahí siguen, para demostrarlo, esos maravillosos zombis que siguen llamándose Rolling Stones, Crosby , Still y Nash, Bob Dylan, o los inconmensurables Beatles . Y coincidió con el hallazgo de un tesoro con forma de guitarra que uno de mis hermanos se había comprado y, como a veces ocurre, había dejado olvidada en el cajón de la inconstancia. Ahí empezó todo. Pero de música clásica, seria, culta, la gran música, ná de ná, para qué vamos a negarlo. Ni en discos (¿para qué, si no teníamos tocadiscos?) ni en conciertos públicos, absolutamente inexistentes.

Mientras hacía la carrera, en Sevilla, pude asistir a algún concierto, como mucho dos al año, y escuchar muchos coros, que de esos sí había mogollón. Haciendo cambalaches con la paga, pude incluso ver al Arthur Rubinstein de los últimos años, supliendo con sensibilidad y maestría la artrosis que le iba minando la eficacia. Pero poco más. Toqué de oído, compuse de oído, copié de oído todo lo que pude. Y cuando volví a Cáceres, mi reencuentro con Curro , músico total, imaginativo, capaz y sensible aunque también de oído, supuso mi entrada en otra dimensión. La música, entonces, tomaba forma, estructura, armonía, conjunción... Y encontré la puerta abierta en el Conservatorio Her5anos Berzosa, entonces dependiente de la diputación provincial. ¡Por fin podía estudiar música!

Empecé tarde, claro, y no llegué a mucho. Pero, entre académico y autodidacta, he ido formándome en lo posible. Y, para mi satisfacción personal, mis hijos siguen en la música.

Cuando veo que en Extremadura hay una orquesta seria, digna, de alto nivel, capaz de interpretar cualquier repertorio y que a los conservatorios se le salen los alumnos por las ventanas y otros ni siquiera pueden atravesar la puerta de entrada. Cuando asisto a un concierto y, con el auditorio lleno, ni un solo aplauso se sale del contexto. Cuando veo a los jóvenes lanzarse a la carrera musical desoyendo los acomodaticios consejos familiares de estudiar otra para por si acaso. Cuando puedo oír a Brahms con la misma intensidad que lo he oído en París, en Viena o en Madrid, no siento envidia de nada. Sólo agradecimiento a esos señores que, vestidos de frac, mantenían, como yo, la dosis de nicotina a la puerta del San Francisco, hablando en ruso, en rumano, y, claro está, en español, con varios acentos. Todos ellos forman parte de la Orquesta de Extremadura. Eso no es una alianza de civilizaciones. Es una sola civilización la que los alía: la música. Gracias, señores.

Por cierto, si algún poder público quiere apuntarse el tanto, que ni siquiera lo intente: no nos han regalado nada. Simplemente, han cumplido con su obligación. Con bastante racanería, por cierto.

*Profesor