El gran carnaval es el título de una de las memorables películas del genial Billy Wilder. En una de sus escenas decía el protagonista: «tengo un filón y lo tengo que explotar hasta la saciedad». Esta película describe la imagen dura de una prensa que desahoga todo su instinto periodístico en dar morbo y dramatismo a las historias más allá de la realidad. Configurando un mundo hostil y lleno de rumores que en la incertidumbre descubren la verdad. Es el patetismo de una profesión que hace del periodismo el ejercicio cruel de los instintos más perversos capaces de destrozar vidas humanas. Pero el cine es realidad cien por cien, aunque pudiera aparecer edulcorada. Estos grandes filmes nos llevan siempre a su recuerdo, cuando esa imagen tan potente del blanco y negro nos describe a un personaje que quiere hacer de la noticia el castigo de la propia humanidad.

Pues bien, a mí me ha recordado algo a hechos recientes vividos en nuestro país que a todos nos ha subyugado en la pesadumbre de una familia, una angustia ante el fatal desenlace y todo una sociedad retrotraída cada día en un instante en ese pozo en el que todos parecían conocer. Los medios de comunicación han jugado un buen papel en la medida que espolean a los autoridades para que los medios aceleren y den bien cuenta de ello, para ofrecer eficacia y todo tipo de medios económicos para atender con eficiencia un rescate difícil y muy complejo. Y con ser esto de agradecer, no podemos obviar lo que es difícil de asimilar de esa prensa, lo que es el espectáculo del sufrimiento humano, el radiar hechos y situaciones que debieran estar más en el escenario de la intimidad y de la discreción. Y a ello también se debiera a los que comenten indiscreciones por mor de su trabajo, que pueden ser atentatorias contra derechos; y en lo que ahora se avecina que es el procedimiento judicial.

En esta historia no es que haya habido héroes o heroínas, sino ha habido personas capaces de comprometerse en su trabajo y en su especialización. Y en otro lado, hemos tenido unos padres y una familia que han sido víctimas de un sufrimiento humano indescifrable, que merecen ser apoyados y auxiliados en los mecanismos de cualquier sociedad, frente a hechos parecidos.

Todo no vale para hacer cuota de pantalla, ni a esa cuota de pantalla todo le vale. Ahora que ya el escenario dejó de representar morbo nos olvidamos de cómo hacer justicia, y como sociedad reclamamos que estos pozos, que anidan por doquier, dejan de estar fuera del control administrativo. Es el hecho de la tragedia convertida en insensatez. Por esto, más allá del hecho puntual del horror causado por la forma de morir del pequeño Julen, ahora toca como sociedad encomendar todos nuestros esfuerzos a asegurar que estos hechos no se produzcan, porque la causa deja de existir. Porque lo que parece ser como una circunstancia aleatoria, no lo es tanto y se convierte en parte de una tragedia colectiva.

Porque ese gran carnaval, que parece haber residenciado algunos aspectos de esta información, deje de ser el espectáculo del morbo, para convertirse en el bálsamo de unas medidas que eviten que puedan volverse a producir hecho tan lamentable. Convendría tener la sensatez de huir de estos espectáculos de algunos medios y tener el derecho de ser receptores de una manera de dar noticias sin el hecho de ofrecer un carnaval.

*Abogada.