La electricidad sólo funciona unas horas al día. Aumentan los casos de gastroenteritis y diarreas por el mal abastecimiento de agua. Las niñas y jóvenes temen por su seguridad al ir o venir de la escuela y lo mismo les ocurre a las mujeres que trabajan fuera de casa. Con una frecuencia alarmante se producen incidentes armados contra las tropas de ocupación estadounidenses, que han acabado reconociendo que la guerra no ha acabado.

Esto es Irak siete semanas después de que las fuerzas anglo-americanas entraran victoriosas en Bagdad. Y en este tiempo, el gran objetivo de la guerra, que era --decían-- el de hallar y desactivar las armas de destrucción masiva acumuladas por el régimen de Sadam y con las que amenazaba a la seguridad mundial, sigue sin alcanzarse.

Si las tenía, Sadam no las utilizó para defenderse. Ahora Rumsfeld dice que el sátrapa de Bagdad las pudo haber destruido antes de la guerra, y Wolfowitz, más sincero, asegura sin tapujos que fueron usadas como justificación. También ahora se sabe que Blair exageró el peligro de dichas armas al intentar convencer a una población dubitativa sobre la necesidad de ir a la guerra. Ni aparecen las armas, ni el mundo es más seguro, ni los iraquís viven mejor.