La alegría es un bien intangible, pero valiosísimo. La celebración de ayer en Madrid y de la noche del domingo, en toda España, con millones de personas en las calles hasta altas horas de la madrugada, lo atestigua con creces. Solo los aguafiestas recalcitrantes son capaces de dar segundas y terceras interpretaciones a la inyección de optimismo y buen rollo que ha seguido a la consecución por la Roja de la Copa del Mundo.

Más allá de las declaraciones rimbombantes de los políticos y de la imaginería propia de la vida oficial, se impone el hecho de que este triunfo futbolístico, logrado por primera vez en la historia, ha movilizado a todo un país con raras excepciones.

La multitud que llenó las calles de Madrid y aguardó a los jugadores en el Puente del Rey, bajo un sol inmisericorde, no tenía otra misión que divertirse, olvidar las cornadas del 2010 y sumarse a una gran fiesta. Sacar otras conclusiones resulta harto arriesgado porque frente a la realidad de que, como ha dicho Vicente del Bosque, los 23 jugadores que fueron a Suráfrica encarnan y practican valores que todos suscribimos --juego limpio, camaradería y sentido de equipo--, buscar tres pies al gato parece fuera de lugar. Frente a la elegante victoria reconocida por todo el mundo, la alegría colectiva no admite peros.

Transmitir esta idea --la alegría por la victoria no es una alegría contra nadie-- es muy importante en todas las comunidades autónomas, aunque algunos no hayan querido celebrarla por connotaciones que van más allá de lo meramente deportivo.

Desde luego, cada cual está en su derecho de sumarse a las celebraciones que tenga por convenientes, pero ya es más discutible que se lamente por los triunfos que no considera propios, como algunos quisieron transmitir ayer, máxime cuando la selección ha contando con una pléyade de jugadores de autonomías ´históricas´. En estos casos, toda explicación resulta insuficiente.

De la misma manera, es reconfortante comprobar que, a despecho de la crisis, la pelea constante de los partidos y las dificultades que soportan miles de familias, un acontecimiento deportivo es capaz de apuntalar la cohesión social. Y si, de paso, esta generación de jugadores excepcionales se convierte en referente para nuestra juventud, como ha dicho el presidente del Gobierno, entonces es obligado desear que el recuerdo de esta gran fiesta sea imborrable, como lo fue la Eurocopa lograda hace dos años y que también echó a miles de personas de toda condición a la calle.