WAw pesar de que el centroizquierda italiano cerró filas para que Romano Prodi vuelva a formar Gobierno, la heterogeneidad de la alianza de 16 partidos ya ha mostrando la debilidad de un conglomerado político en el que conviven democristianos, liberales, socialdemócratas, poscomunistas, ecologistas y comunistas nostálgicos. Y han vuelto a ocupar el escenario los gestos de gran guiñol más conocidos de la política italiana, incluido el más que probable encargo a Prodi de que forme un nuevo Gobierno o a que éste se someta a un voto de confianza.

Que la composición de la alianza conocida como La Unión plantearía problemas de convivencia interna se supo desde el momento mismo de su formación. El hecho de que su principal razón de existir fuera levantar un muro de contención para evitar que Silvio Berlusconi repitiera en el 2006 la victoria del 2001 es el dato más elocuente de su diversidad heteróclita. Si a ello se añade la tendencia de los pequeños partidos de izquierda --Los Verdes, Refundación Comunista y Comunistas de Italia-- de negociar su voto a un precio desorbitado, el riesgo de crisis es algo cotidiano.

Si, además, la ocasión para hacerse notar --la presencia en Afganistán-- atañe a la política exterior del Gobierno, pilotada por el poscomunista Massimo D´Alema, la tentación de dar la campanada es irresistible. Incluso si, como ahora, una parte de los militantes de la izquierda radical es partidaria de salvar al Gobierno. Porque los estrategas saben que son un obstáculo para gobernar sin sobresaltos, pero también saben que son imprescindibles para ganar elecciones