WLwa matanza perpetrada el pasado día 7 en Londres ha abocado a la opinión pública europea al dilema que trajo el 11-S: el equilibrio entre la seguridad de las personas y sus libertades civiles. El reforzamiento del poder policial europeo que ha planteado el ministro británico Charles Clark a los titulares de Justicia e Interior de la UE, con un control masivo de las comunicaciones, suscita el temor en una ciudadanía necesitada, a su vez, de protección. El modelo americano, asumido por una sociedad acrítica y patriótica, no puede ni debe ser la referencia de la Unión en esta polémica. Pero hay más. Tanto Madrid como Londres demuestran que las raíces del terrorismo islamista han prendido en los propios países golpeados, y ello cuestiona por sí solo a ese Gran Hermano protector. Garantizar la seguridad cuando los terroristas son ciudadanos británicos de vida cotidiana resulta imposible. Europa es vulnerable y ha de defenderse. Pero con políticas preventivas globales (¿se controla el flujo hacia Irak de musulmanes con pasaporte británico?) y de integración, con acciones internacionales y más inteligencia, que acoten el fundamentalismo. Y no estableciendo una peligrosa jerarquía de los derechos civiles bajo la promesa de una seguridad que no se tendrá.