El popular programa de telerrealidad Gran hermano lleva ya 17 ediciones y aunque nadie dice verlo, cada nueva temporada acumula una tropa de seguidores suficiente como para continuar. Ese show está inspirado, como muchos sabrán, en el conocido libro 1984, una distopía en la que los ciudadanos están hiper vigilados. De esa circunstancia surgió la idea: personas en un mundo del que se puede ver todo movimiento, toda conversación, toda decisión. Y en el que se pueden introducir juegos que distraigan, normas arbitrarias y penalizaciones interesadas. Pero el libro va mucho más allá: en ese mundo futuro que dibuja el escritor George Orwell hay unos medios represivos descomunales y una manipulación de la información tan grande como imperceptible para la población. Y, claro, el protagonista que se da cuenta acaba acorralado en un viaje frustrante de asombro, miedo y soledad.

No es que nosotros hayamos llegado a ese extremo, pero si leen el texto (o lo releen), sentirán escalofríos de pánico al ver las similitudes: medios de comunicación manipulados (los de España son los menos creíbles del mundo), un llamado neolenguaje que cuenta la realidad sesgada (desaceleración o crecimiento negativo en vez de crisis, movilidad exterior en vez de emigración de jóvenes), persecuciones desorbitadas para quienes lo denuncian, y un largo etcétera que ustedes identificarán. Pues bien, aquí llega uno más: la hiper vigilancia.

Con la excusa del terrorismo, de los peligros que entran por nuestras fronteras (y nuestros prejuicios), estamos cediendo un tesoro demasiado preciado. Cada vez saben más sobre nosotros, cada vez les dejamos instalar más cámaras en nuestra privacidad y abrimos más caminos a nuestra intimidad. No es algo que ocurra sólo en España. Hoy, por ejemplo, es Gran Bretaña la que se rodea de aires oscuros: la llamada Ley de Poderes de Investigación, que se aprobó el pasado martes, ha sido tildada de un «hackeo en masa por parte del Estado». Las denuncias de los expertos son contundentes: las búsquedas que haga cualquier persona en Internet quedarán registradas durante un año a disposición del Gobierno; existirán «puertas traseras» a conversaciones de Facebook o WhasApp, a datos de reservas de viajes, a transacciones de bancos, a historiales médicos… Rastreados por ese chip que llevamos con nosotros siempre, el móvil.

Es importante vivir en un mundo seguro, pero ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad? Quizá suene exagerado, pero en un mundo similar a un Gran hermano sólo hay dos jugadores: ellos, los que han construido todo, y nosotros. Y me temo que, al final, sólo puede quedar uno.

*Periodista.