El Festival de la Canción de Eurovisión ya no es lo que era. Durante muchos años constituyó un elemento familiar integrador que hacía que, bocadillo o bandeja en mano, muchos españoles desconectaran de la cruda realidad de la dictadura. Pasados unos años hemos podido observar que se ha ido convirtiendo en un juego donde lo que menos importa es el nivel de la canción presentada o la voz del participante. Es cierto que el sistema de votación favorece a los pequeños países limítrofes, pero nunca como este año. Hace unos 10 años, también nos planteábamos la posibilidad de recibir votos de Portugal o Francia, o de Alemania, países a los que considerábamos amigos por proximidad o por otros aspectos. Pero este año se ha visto aún más claro que la calidad va en detrimento de la proximidad geográfica, lingüística y/o religiosa, produciéndose situaciones contradictorias como lo es los votos que los diferentes países balcánicos dieron a Serbia, con la que mantuvieron gran cantidad de conflictos, incluso civiles que provocaron miles de muertes inocentes. Ya hace años que entre el público existente se oyen diferentes abucheos, cuando un país da los 12 puntos a su vecino y eso es un síntoma de que el sistema democrático de votación por teléfono no tiene para nada en cuenta la verdadera finalidad del festival. Además, nos demuestra una vez más que la Europa unida que todos deseamos está mucho más lejos de lo que nos parece. En todo este caos festivalero, cabe destacar las palabras de José M. Iñigo, que planteó la posibilidad de la retirada de RTVE del Festival de Eurovisión. No sería una rabieta; sería una demostración de responsabilidad y de dignidad para tantos seguidores que viven engañados con esta farsa que se tambalea año tras año y que solo consigue que cambiemos de canal.

José Asensio Ramírez **

Correo electrónico