La victoria del Partido Socialista (PS) en las legislativas celebradas ayer en Portugal, que lo dejan cerca de la mayoría absoluta, confirma la excepcionalidad hispanolusa: mientras en el resto de Europa la socialdemocracia se debate entre el retroceso y el estancamiento, en la península iberíca es la primera fuerza política, a gran distancia de sus perseguidores. Si António Costa logró en el año 2015 formar gobierno sin haber ganado las elecciones después de dos meses de complejas negociaciones con el Bloque de Izquierda y la alianza de comunistas y verdes, en esta ocasión se presenta como el gran vencedor después cuatro años de osadía para regatear la austeridad impuesta por Bruselas y de rigor fiscal para cuadrar las cuentas.

Portugal está lejos de haber superado los efectos de la crisis económica del 2008 y del rescate que precisó, pero presenta cifras y realidades esperanzadoras como la contención del déficit y la caída del desempleo hasta el 6,3% (era del 12,4% al inicio de la legislatura). Tal éxito tiene un nombre propio, Mário Centeno, padre del milagro portugués en las peores condiciones imaginables de salida: la mayoría parlamentaria armada por Costa para sostener un Gobierno monocolor del PS fue vista con recelo a un tiempo por la Unión Europea y por los mercados. De tal manera que no resulta exagerado considerar a Centeno corresponsable del triunfo electoral socialista, al igual que cabe entender la contención del Bloque y de la alianza ecocomunista durante buena parte de la legislatura como un factor esencial para que Costa haya visto renovado su mandato.

Otro factor digno de tenerse en cuenta es la abstención, mayor que hace cuatro años, que ha favorecido al PS. Mientras la suma de las derechas -el PSD y el CDS-PP- ha perdido apoyos, el aumento del censo ha dado alas a la izquierda y ha confirmado la suposición de que el incremento del voto joven y urbano iba a ser determinante en la continuidad socialdemócrata al frente del Gobierno. Al mismo tiempo, el recuerdo del coste social del rescate del país, gestionado por la derecha, sigue vigente y ha sido un lastre para el bloque conservador.

Tal como vaticinaban las encuestas, ni tan siquiera han cambiado la tendencia a renovar la confianza en el PS los escándalos políticos, muy aireados por los candidatos de la derecha, pero que Costa ha sobrevolado sin que le salpicaran. La habilidad del primer ministro portugués para negociar con sus socios parlamentarios ha dado estabilidad al país, lo ha prestigiado en Bruselas y le ha permitido agotar la legislatura. Le ha permitido, en suma, someter su gestión a escrutinio sin que nadie tuviera argumentos consistentes para impugnarla, aunque a Portugal todavía le queda un largo camino por recorrer.