El espectáculo que nos están dando nuestros representantes políticos es calificado por todos los españoles, menos por los que pertenecen a los «aparatos» de los partidos, como bochornoso. No quisiera añadir mas adjetivos a un comportamiento que se descalifica por sí mismo, me interesa mas intentar bucear en las causas y sobre todo en las posibles soluciones para que este tipo de situaciones no vuelva a repetirse.

La democracia española se gestó en unas condiciones totalmente excepcionales; salíamos de un sistema que abominaba a los «partidos políticos», y se pretendía, en aras a lograr el mayor consenso posible, contentar a todo el mundo. Esas dos circunstancias hicieron que tanto la Ley de Partidos, como la Ley Electoral y la propia Constitución, se preocuparan de forma fundamental en dotar a los partidos políticos de una garantías de estabilidad enormes, y de darles una cuota de representación institucional desproporcionada a las minorías «regionalistas» entonces, «nacionalistas» poco después, e «independentistas» ahora.

El sistema, así diseñado, ha venido funcionando mientras que han existido dos grandes partidos, cuasi hegemónicos, que se han venido alternando en el poder durante los últimos 38 años. Pero la perniciosa acumulación de poder, y la corrupción de una parte de ambos partidos, ha hecho que el diseño realizado para salir de unas situaciones excepcionales, no pueda servir para manejarnos adecuadamente en unas circunstancias totalmente diferentes.

El problema que tiene España, no es solamente que ahora no se haya podido formar gobierno después de casi un año de interinidad. El problema es que esta situación se va a repetir indefectiblemente en cuantas elecciones se produzcan.

Nuestros políticos, los viejos y los nuevos, se han educado en un sistema perverso, que confiere a los aparatos de los partidos un poder que les lleva a actuar en contra de los intereses de las personas a las que dicen representar. Estamos mas en una Partitocracia que en una verdadera Democracia. El análisis que realizan los nuevos partidos en un principio correcto, no pasa del minuto uno, porque caen inmediatamente en errores, que hacen peor aún la pretendida solución que la situación que pretenden resolver. No es posible administrar un país de 46,5 millones de personas, como si fuera una comunidad de vecinos o una «corrala». La pretendida «democracia directa», además de ingestionable, es dudosamente democrática, todos conocemos la fácil manipulación de las decisiones asamblearias. Y el comportamiento de sus líderes y de los equipos que les rodean han demostrado, en su escaso tiempo de vida, que pretenden mas un «quítate tú para ponerme yo», que un verdadero cambio del sistema.

Los cambios que se precisan, y son ya muchos analistas políticos los que los propugnan son:

-- Una modificación de la Ley de partidos y de la Ley Electoral que confieran a los representantes elegidos un verdadero compromiso personal con los electores que le eligen y no con el partido al que pertenecen. ¿No creen que si se diera esa situación, tendríamos ya gobierno?

-- Un cambio de la Constitución que permita las segundas vueltas para las elecciones de alcalde y presidente del Gobierno, para que sean los electores y no los partidos los que elijan realmente a quien quieran que rija sus destinos.

-- Un cambio en la proporcionalidad que otorga a partidos con objetivos totalmente localistas el que tengan un peso tan importante en las decisiones generales. De lo contrario las comunidades que aún no tenemos este tipo de organizaciones regionalistas vamos a pensar que tendremos que ir a ellas, dado que los partidos llamados nacionales se pliegan una y otra vez a sus presiones, las cuales siempre irán en un interés local y en detrimento del resto.

No se trata de repetir las elecciones una y otra vez con un marco que nos lleva indefectiblemente a soluciones sin salida. Tampoco se trata de optar entre Rajoy, Pedro o Susana, lo importante no es el quién, sino «para qué». Los ciudadanos debíamos exigirles que, antes de que se convoquen las nuevas elecciones, resuelvan estos problemas estructurales y no pierdan el tiempo en si son galgos o son podencos,

Para hacer todo esto se precisa el acuerdo de los principales partidos que todavía se llaman nacionales, antes que dejen de serlo y nos convirtamos, como ya nos pasara en otro momento histórico, en Reinos de Taifa con el famoso «derecho a decidir», y en lugar de encaminarnos a una democracia del siglo XXI, retrocedamos una vez más varios siglos.

A grandes males, grandes remedios.

* Ingeniero industrial.