Al observar las listas electorales, que ya se están cerrando para las próximas elecciones municipales y autonómicas, se pueden observar varias cosas.

En primer lugar, una falta de democracia interna en su aprobación, porque los aparatos de los partidos dejan escaso margen a los militantes. Cada jefe quiere a los suyos tanto para el caso de ganar como para el caso de perder. Incluso hay sitios en donde el despotismo es mayor para que los más incondicionales acompañen a cada caudillo en su derrota para conservar el poder interno. Ser el secretario general puede ser confortable en la derrota si el control de esa cuota de partido permite tener privilegios.

Las listas electorales son al final un vademecum de compromisos personales de quienes las aprueban y vivir de la política, aún cuando sea de un sueldo de concejal, se ha convertido en una pelea a muerte. Sitios como Madrid son ejemplo de cómo Tomás Gómez , que sabe perfectamente que va a perder, pasa la guadaña con quienes no le han sido sumisos.

Lo segundo que se observa --teniendo en cuenta todas las diferencias éticas que pueda haber en cada caso de implicación penal de los militantes incursos en procesos-- que cada partido encuentra excusas para buscar justificaciones que permitan que en sus listas estén imputados o investigados por delitos relacionados con la función pública.

Incluso no se ha descartado la posibilidad de un pacto que establezcan los dos grandes partidos para que el acomodo en sus listas de personas imputadas no sea arma arrojadiza entre ellos.

La política se hace a tan corto plazo y con tan corta mirada que quienes la dirigen no profundizan en las causas por la que los españoles les consideran a ellos el tercer problema nacional.

La ejemplaridad es la condición para que los dirigentes políticos puedan combatir con eficacia todo tipo de corrupción. No hay comprensión posible con ningún caso y quien piense que puede establecer sus propias excepciones está haciendo el peor servicio a la democracia y a su partido.