Es un poquito incomprensible que una masa numerosa de lectores haya podido considerar a Grass un maestro de las letras. Junto algunas cualidades, el famoso escribiente testimonia también lo más prolijo, indigesto y tautológico de la cultura alemana. La debilidad del entusiasmo que recababa ha quedado patente cuando, por blandas razones sociales, se ha alzado tal coro de despropósitos para desposeerlo de los diversos, y cotizadísimos, galardones que ha obtenido. Ahora vemos que no los obtuvo por su literatura sino porque los jurados sucumbieron al mito de su influencia moral. ¿No eran jurados literarios avasallados por la belleza y profundidad de su prosa?

El problema obviamente no es la literatura sino la mezquindad de la corrección política unida lisa y llanamente a la estupidez. Imaginemos que Grass hubiera sido un nazi ferviente. ¿Hay alguien que nunca se haya obcecado con una causa loca? La coherencia mental es una prueba definitiva de falta de inteligencia, y si alguien presume de no haber adoptado nunca una postura infame, es probablemente porque la está adoptando en este momento. Pero además, Grass era un muchacho cuando ingresó en las SS, pocos años antes de que, en España, todos fueran Flechas de juventudes. El actual patrón del Vaticano cantó la misma música, por convicción, por necesidad o porque no había otra cosa, igual que luego, en España, todos estaban obligados a profesar la doctrina de los obispos.

Desaparecido el fantasma pardo, Grass tuvo que buscarse otra cosa o fue bastante inteligente para fabricarse una nueva ideología. En España lo hicieron Carrillo y Fraga, por poner ejemplos antitéticos, e, independientemente de lo antipáticos que a cada cual le resulte el pasado de uno u otro, ambos, reciclados o no, cumplen las leyes y parecen gente de conciencia. Los cristianos presumen de la conversión de San Pablo, que los descreídos consideran un ataque de epilepsia y de la que se burla muy bien un personaje de una novela de Kundera.

XQUIZAS LAx magnitud del error de Grass no provenga de su pasado turbio sino simplemente de su adscripción al nazismo. Por estrambótico que parezca, el nazismo representó para muchos un ideal de grandeza, como reconoció Henry Miller en el caso de Hamsun. Pero el nazismo es la única culpa política reconocida de forma inmediata en la Historia de la humanidad, si exceptuamos la penitencia del emperador Asoka, que nos pilla muy lejos. Es una coincidencia oportuna que la campaña contra Grass coincida con el deterioro que ha sufrido en El Líbano la imagen moral de Israel, primera víctima, y tanto tiempo beneficiaria, del salvajismo germánico.

Admitido todo esto, podemos condenar a Grass por callarse durante años en vez de admirar la valentía del anciano que se libera de su último fantasma en el último recodo del camino. ¿Qué hubiera cambiado de contarlo antes? Y ¿por qué iba a dar armas a sus enemigos? Además, se pudo callar porque le dio la gana.

*Periodista