TUtna antorcha camina por el mundo de los ricos y los pobres hacia la ciudad de Olimpia. La hemos visto, entre aplausos, llevada por príncipes, políticos, músicos, víctimas del terrorismo y atletas en el ocaso. Hasta hubo necesidad de usar el fuego de reserva por un apagón.

Entre gritos y comentarios afiné el oído, repasé la historia, y con la magia de la imaginación la hice brillar sobre el pebetero de la vida. Enmudeció el himno olímpico griego y una neblina ocultó el protocolo, las emociones y las lágrimas de los protagonistas del acto.

El fuego sagrado, en medio de este teatro, repetido en cada ciudad por la que pasa, habla así; no encendáis, en la antorcha sagrada, fuegos que devoran las plantas mustias que crecen entre las tormentas de vuestros discursos y promesas. No evitéis la luz, esperando que el agua brote de la roca. El conocimiento es luz que enriquece la ignorancia y da calor a la vida. No toméis la vida como una carrera o una competencia, hacia metas sin llegada. La vida es más que la suma de seres vivos, es un tesoro compartido, un brillante que ilumina el tiempo de cada día como la sonrisa cálida y el beso dulce de una madre que hace disfrutar al niño.

*Sacerdote