Escritor

Por qué los niños leen Harry Potter ? ¿Qué misterio es el de este libro, que va ya por su quinto volumen y por las 1.500 páginas, capaz de arrancar a un niño de diez años de la tiranía de la videoconsola y adentrarlo en el áspero mundo de la lectura, casi con obsesión?

Mi hijo, que reniega de las lecturas contrahechas de esa colección infame llamada Barco de Vapor, anda, sin embargo, por su segunda incursión en las aventuras completas del aprendiz de brujo, y parece hacerlo con un deleite ensimismado, como si se traspusiera cada vez que abre las páginas de su libro preferido.

Por eso me decidí a averiguar de primera mano qué encantos esconde la prosa de la señora J. K. Rowling, porque no es normal que un libro enganche a chavales de todos los países y de cotidianías tan dispares sin que haya de por medio un acierto fundamental en la forma de interpretar la condición humana. Y, efectivamente, ahora que he concluido el primer tomo, me hallo en condición de afirmar que su lectura me ha reportado una sorpresa magnífica, que el secreto, a mi entender, no radica en la historia o, al menos, no todo el mérito es atribuible al entramado de brujos, escobas voladoras y pócimas secretas, puesto que eso ya lo encuentran nuestros hijos en montones de libros por los que no sienten la menor simpatía. Lo que eleva sobre el resto a este nuevo clásico es el modo inédito en que la autora se encara con el mundo infantil contemporáneo. Es sorprendente que la acción transcurra en un internado donde lo más sobresaliente es la disciplina, donde el director es una figura a la que todos temen y respetan, que sólo interviene en casos contadísimos, donde los profesores, lejos de los ñoños camaradas que pretenden ser los enseñantes modernos, son severos maestros que no dejan pasar ni una. ¡Y eso a los niños les fascina!, es más, me atrevería a asegurar que lo echan en falta, que están pidiendo a gritos que alguien les devuelva las figuras mayestáticas de los viejos profesores, esos a los que no podías tratar de Pepe ni de Carmencita, pero que, tras el parapeto del usted y de un reducido número de normas claras e inquebrantables, servían de referentes para toda la vida.

Es sorprendente, a su vez, que el bobo de la historia sea un niño consentido al que sus padres atiborran de regalos y al que malogran a base de escatimarle esfuerzos: es decir, el vivo retrato de cualquier niño del mundo civilizado, esa figura detestable a la que estamos condenando a nuestros hijos.

Pero sobre todo, es sorprendente que el lenguaje que emplea la Rowling esté plagado de tecnicismos, de guiños al mundo clásico, que no detenga la acción para adentrarse en empalagosas explicaciones; es decir, que se dirige a los niños como a personas inteligentes, y no como esos libros infantiles, aberraciones del ingenio, que apenas alcanzan la categoría de historias cursis paridas en un lenguaje para tarados que estraga el gusto de los niños de por vida.

Quizá detrás del éxito de Harry Potter lo que se esconda sea una portentosa llamada de auxilio.