TLtas grullas van de camino al Sur, su alboroto celestial aletea en el cielo extremeño donde gruyen felices, en busca de zonas pantanosas en las que anidar por un tiempo su cansancio. Benditas ellas que pueden revolotear alrededor de la rosa de los vientos, sin ser requeridas en ninguna frontera, ni deportadas ni expatriadas. Las oigo a lo lejos, por algún resquicio del horizonte apabullado y otoñal, donde emerge Extremadura en su grandeza. Hoy ha nacido una grulla en mi interior. Confieso que fuera de mi tierra el corazón me late más despacio, como si estuviera suplicando volver una y otra vez, y es que, cuando el frío se escarcha en mi ventana añoro ese rayito de luz que asoma por las crestas del Puerto de Miravete.

Cuando estoy lejos, mi corazón repiquetea y se hace cigúeña... Pero él sabe, como yo, que ahora toca estar fuera. Sabe bien que un día nos fuimos, impulsados por nuestro calendario migratorio, levantamos el vuelo y como las gruyas, fuimos en busca de refugio, porque en el lugar en el que habitábamos, el frío, el viento y las tormentas nos usurparon el alimento.

Las gruyas van en oleadas buscando humedales... así, tal cual, vamos los dos, mi corazón y yo buscando inspiración en los manantiales. Y sí, como las grullas, tenemos querencia por Extremadura, qué le vamos a hacer. Grus grus, nos late fuerte como área de invernada para posar y hacer de ella nuestra posada. Extraño a Extremadura, por eso, como las aves migratorias, a veces me vuelvo grulla y busco anidar en algún rincón de la dehesa, donde llueven bellotas de los árboles y hacen cordillera los carrizos.

Tengo amigos que han iniciado el camino contrario al de las grullas, del Sur han zarpado hacia Alemania, Suecia y Finlandia buscando un sustento... ¡Qué ironía! Justo el que las grullas encuentran en Extremadura. El mundo está lleno de desvaríos, de almas migratorias y reservas biológicas que sólo admiten a aves como animal de compañía. Fluyen las corrientes humanas de país en país buscando dormideros, refugios de paz o bancos de alimentos, mientras las grullas pasean medio mundo mimadas por el viento y su gran despensa que es la tierra.

X¡POBRESx de nosotros! pudiendo ser grulla, somos polvo en movimiento, mas polvo enamorado. Somos pavesa, triza, tamo y serrín; a veces somos harina, carcoma o limadura y casi siempre polvareda. Somos partículas diseminadas a merced de los vientos, hasta que un mal día, nos llega la hora y entonces-somos menos que todo esto, solo ceniza, ceniza empolvando la tierra el mar o los bosques... Solo ceniza, aquello que un día fue polvo enamorado.

Vuelvo a las calles de una ciudad inhóspita, donde no brotan los campanarios entre las callejuelas sino montañas áridas y putrefactas de basura. Vuelvo a estas calles y se me alborota la grulla que llevo dentro, grus grus, ella me pide volar hacia el Sur porque esto se ha vuelto irrespirable, y yo le digo que mañana, que hoy no toca. Grus grus ¡qué le vamos a hacer! Mi grulla teme que la lleve al basural que asoma friolento entre las brumas del futuro; teme que por llevarla dentro de mí, acabemos tiradas en ese montón de marginados, que formarán en diez años los 20 millones de pobres que auguran las estadísticas. Mi grulla teme ser zarandeada por el empujón de alguna marea enfurecida, una marea que se avecina con la fuerza del tifón Yolanda, porque a mi grulla le han contado que esta semana han volado de las cárceles violadores, asesinos y ex terroristas. Gentes de mal vivir que hieren con solo mirarte. Gruye enérgica mi grulla porque no entiende que abran las jaulas para dejar salir a los hombres del saco. Gruye porque habrá más pajarracos en libertad de aquí a la Navidad... cuervos negros, muy negros, picoteando el frondoso jardín de las pacíficas grullas que van de paso.

Mi grulla quiere volar hacia el Sur, pero le advierto de otra corriente inhumana. Esta, le digo, va en busca del Norte civilizado, chapoteando un mar traicionero sobre pateras. También buscan reposar su hambre, hombres que ansían un área de descanso donde estirar su entumecido corazón y repostar energías para el viaje hacia la nada. Mi grulla asustada repliega las alas, me pregunta ¿Norte o Sur? Yo le digo que si es conmigo, siempre hacia el Sur, siempre Extremadura en la hoja de ruta, ese gran humedal que quita la sed desde el cielo. Ella feliz, gruye, grus grus.

*La autora es periodista