Catedrático de la Uex

El nuevo obispo de Plasencia ha recordado a la Santa Sede que hay una petición desde 1999 para que Guadalupe pase a pertenecer a la diócesis extremeña. Las disputas de los obispos de España por los límites de sus diócesis vienen de muy antiguo; en los concilios visigóticos, por ejemplo, se discutía con frecuencia sobre esta cuestión; el padre agustino Flórez, neohumanista del XVIII, recoge en más de 40 tomos la historia de la formación de los límites de las diócesis hispanas; es una historia larga.

Pero esa historia se acabó ya hace tiempo para la mayoría de las diócesis; todas tienen sus límites perfectamente fijados y aceptados por uno y otro lado; sólo quedan algunos restos de disensión entre las diócesis de Cataluña y Aragón y poco más. Y Guadalupe. También queda Guadalupe. Y este es un caso sonado.

No se entiende que perteneciendo toda la administración de Guadalupe a la región extremeña, sea la eclesiástica, sin embargo, toledana.

Sólo se entiende desde la perspectiva del poder; desde el siglo VII la diócesis de Toledo es más poderosa que la diócesis extremeña de Mérida y, después, más poderosa también que la diócesis de Plasencia. Al ser más poderosa, se llevó la mejor presa; en el reparto del botín de la caza por parte de la zorra, el lobo y el león, cuenta la fábula que fue el león el que se llevó la mejor presa, porque el león es el más poderoso. Se entiende, pues, desde la perspectiva del poder.

Pero no se entiende desde la perspectiva de la historia. Cuando se evangelizó la zona en el siglo VI, las Villuercas se evangelizaron desde Mérida y no desde Toledo: en Garciaz, Berzocana, y también en Guadalupe, hubo pequeños templos visigóticos fundados al amparo de la pastoral de los obispos emeritenses, sobre todo del gran Masona. Cuando se creó la diócesis de Plasencia, que vino a coincidir con la franja vertical conquistada por los reyes de Castilla en el siglo XIII, a ella pasó a pertenecer toda esa franja vertical que va desde Béjar hasta Don Benito y Guareña, pasando por Plasencia y Trujillo; y en esa franja entra, histórica y geográficamente, Guadalupe, como entran Cañamero y Berzocana.

Ni se entiende desde el punto de vista de la leyenda. La leyenda de la imagen de la virgen de Guadalupe tiene relación con los obispos sevillanos Leandro e Isidoro; dice la misma que en los siglos VI y VII la imagen fue propiedad de ellos; y de Sevilla vendría en manos de clérigos sevillanos al comienzo de la invasión árabe para ser escondida a orillas del río Guadalupe; también seguirían el mismo camino las reliquias de los hermanos de los dos obispos citados, Fulgencio y Florentina, que están en Berzocana y son patronos de la diócesis de Plasencia; dos símbolos de la misma leyenda: la imagen, por un lado, y los restos de Fulgencio y Florentina, por otro; si pertenecen a la misma leyenda, la leyenda nos dice que han de pertenecer a la misma diócesis.

Ni se entiende desde la perspectiva del culto. El culto a la virgen de Guadalupe es extremeño. A lo largo de la historia los caminos a Guadalupe llegaban todos por Extremadura: el camino de Lisboa, que venía por Badajoz y Mérida; el camino de Córdoba, que lo hacía por Zalamea de la Serena o Puebla de Alcocer; el camino desde el norte de Portugal, por Cáceres y Trujillo; el camino de Ciudad Real, por Herrera del Duque; sólo el camino de Talavera y Oropesa, no pasaba por territorio extremeño, pero tenía que salvar los montes de Toledo, para llegar a la vertiente extremeña de los mismos; los peregrinos de la virgen pisaban y pisan, pues, caminos extremeños. Pero no se trata sólo de caminos; el extremeño entiende el culto a la virgen como suyo, lo vive como suyo y lo celebra como suyo; no lo hacen así los toledanos. Y el culto es vida; y vida actual.

No se entiende, pues, que Guadalupe pertenezca a Toledo ni desde el punto de vista de la historia, ni desde el punto de vista de la leyenda, ni desde el punto de vista del culto, que es algo vivo y sentido. Sólo se entiende desde el punto de vista de la fuerza del poder.