TNtuestros obispos suelen ser exquisitamente ambiguos cuando se les pregunta sobre la integración del monasterio de Guadalupe y su basílica a las diócesis extremeñas: una bien hilvanada cascada de perífrasis, buenas palabras, lecciones de prudencia, suelen ser la respuesta recibida, casi siempre excusada en el resignado lugar común de que las cosas de la Iglesia son así.

Otros obispos no exhiben ni tanta prudencia, ni tanta distancia, ni tanta asepsia a la hora de preocuparse por las cosas de su tierra. Incluso apuestan por aspectos banales sin que por ello se produzca cisma alguno ni se rompa ninguna sacrosanta unidad de la catolicidad: hasta critican a los árbitros cuando estos se equivocan contra el Bar§a y encomiendan públicamente sus éxitos deportivos al señor y no retiran la pierna cuando hay que jugársela por temas de más envergadura como cuando se abstienen de participar en manifestaciones de dudosas intenciones convocadas por la Conferencia Episcopal, defienden el Estatut, y hasta autorizan a sus fieles a utilizar el preservativo con tal de que el sida no devaste un milímetro cuadrado el territorio catalán.

No digamos los obispos vascos que yo ya no sé si hasta pretendieron, en la cresta de la ola independentista, montarse su propia Conferencia Espiscopal, y a día de hoy, nos tienen aún sin explicaciones que haga comprensiva aquella pastoral autóctona y territorial que proporcionaba cobijo en los seminarios a independentistas cristianos, valientes gudaris, según la épica nacionalista, y según la policía española, terroristas por sus acciones y sus crímenes; ni nos han explicado, en fin, por qué albergaron en sus mentes durante algún tiempo casi una teología de la violencia que les hizo tan indulgentes con los verdugos como con las víctimas, conducta de difícil misericordia fuera de un confesionario euskaldún.

¿Será cosa de la tierra? ¿O será cosa del interés por la tierra? Hemos convenido los extremeños que Guadalupe es nuestro, pero la Iglesia nos mantiene el pulso y, señora de los tiempos, sigue pensándoselo. Como este pueblo es incapaz de tallar con la espada ninguna nueva Jerusalén, sería deseable que la cabeza visible de la Iglesia en Extremadura pusiera más corazón sobre la mesa, porque conoce mejor que nadie el argumento: la Virgen de Guadalupe no tiene más morada en la tierra que el alma de los extremeños y eso anula cualquier legajo obsoleto.

*Licenciado en Filología