TLtos albores de septiembre en Extremadura son sinónimos de peregrinaciones y de reencuentros en Guadalupe. Unos, por motivos religiosos, amparados en el fervor y la devoción hacia la Patrona de Extremadura, la Virgen de Guadalupe, que acoge estos días a miles de peregrinos llegados de toda Extremadura y de otras regiones limítrofes, especialmente de Castilla-La Mancha. Otros, reivindicando la pertenencia del santuario a una diócesis extremeña y sobre todo, la ingente vinculación del mismo con el pueblo extremeño, con su historia, con esa identidad regional que tan necesaria se torna en un territorio maduro como Extremadura. No en vano, el día de la región se decidió que coincidiera con la festividad de la fiesta popular de la Virgen, el 8 de septiembre, por su arraigo popular y por la dimensión cultural e histórica que este día tiene.

Guadalupe siempre acogedora y misteriosa. Sorprendente y cautivadora para quienes estos días se acercan a la Puebla para venerar la imagen, para disfrutar de su patrimonio histórico y cultural, o simplemente para pasar un rato agradable disfrutando del paisaje, de la gastronomía y del sosiego que siempre se respira en este rincón de Extremadura.

Guadalupe representa e integra un amplio abanico de ideas, de posiciones, de creencias y de culturas. Todas ellas auspiciadas bajo un sentimiento común de pertenencia, de hermanamiento, de solidaridad y de cercanía, percibido de un modo especial durante estos días de fiesta, de convivencia, de recogimiento y de espiritualidad. Esta perfecta armonía entre intereses no parece encajar en algunas reivindicaciones recientes, que intuyo esconden otras pretensiones alejadas de lo que a priori pudiera parecer.

En mi opinión se están canalizando de modo inapropiado, y mucho me temo que no van a conseguir esa movilización social a la que aspiran. Todo llegará en su momento pues es un deseo de la mayoría de los extremeños. Ahora bien, los mecanismos y las formas son cruciales de cara a acelerar el proceso.