Ciertamente, como indica algún diario internacional, los detenidos en la base norteamericana de Guantánamo son personas "a las que la ley olvidó". Pero el resto del mundo no puede ningunearlas, porque sería tanto como consentir --y, por tanto, ratificar-- el "monstruoso fracaso para la justicia" (en palabras del juez de la Cámara de los Lores Johan Steyn) que supone la existencia de semejante campo de concentración regentado por la hiperpotencia que se autoproclama garante de la libertad y la democracia. Bien descrito por uno de sus presos como "el lugar donde no tienes derecho a tener derechos", Campo Delta es el símbolo del imperio de la injusticia, amparado en la lucha contra el terrorismo, como si la demencia asesina de unos fanáticos justificara que el mundo occidental se ponga a su nivel. La investigación sobre la estremecedora realidad oculta en Guantánamo demuestra que EEUU mantiene un centro de detención y tortura de prisioneros a los que se capturó y condenó a reclusión infinita, sin juicio previo ni defensa ni garantía procesal ninguna. Y eso es exactamente lo que caracteriza a las dictaduras más atroces. EEUU merecerá ser juzgado por lo que hace, no por lo que dice.