TNto sé si en las guarderías los niños se socializan más, pero sí que se socializan peor: basta comparar el comportamiento de un niño de guardería con otro de casa para comprobarlo. El primero presenta, en general, nerviosismo, ansiedad y actitudes agresivas, por no hablar de las numerosas patologías que pillan por contagio, en tanto que los segundos, bien que a condición de ser atendidos con amor y dulzura por sus familias, son más tranquilos, más sanos y menos competitivos.

Por lo demás, y en lo que atañe específicamente al aprendizaje y a la socialización, es obvio que sale ganando más aquél que se relaciona con adultos que el que sólo lo hace con criaturas que saben, ni más ni menos, lo mismo que él, así en destrezas como el lenguaje y en comportamiento. ¿Dónde quedan entonces las míticas ventajas de esos depósitos de niños chicos? Donde siempre estuvieron, en el tópico y la mixtificación que dicta la necesidad, esto es, "como no tengo más remedio que llevar al niño a la guardería, decido que son estupendas para él".

La ciudadanía está aterrada desde que un programa de televisión introdujo una cámara oculta en uno de esos establecimientos donde una o dos muchachas sin experiencia se ocupan (juegos, comidas, limpieza, siesta...) de decenas de críos. ¿Que esperaban ver? Bien es cierto que no en todas, ni en la mayoría siquiera, obligan a los niños a comer sus vómitos o a purgar su delito de ser niños en un cuarto oscuro, pero no lo es menos que en esos depósitos no pueden, por lógica, sino permanecer estabulados. La cuestión, una vez admitida la verdad, esto es, que la guardería convencional no es el mejor lugar para un niño, no es que haya pocas y que sean caras, sino que su crianza en plenitud depende de la conciliación entre la vida familiar y laboral de sus mayores. Un gobierno de progreso, cual creo que es el actual, algo o mucho debería de actuar (proporcionando ayudas o decretando mejores salarios) para que las guarderías que ahora hay acabaran siendo, por falta de clientela, demasiadas.