TFtinalmente, la ONU ha logrado pactar una resolución que exige un alto el fuego a Israel y la milicia chií Hizbulá. Los ciudadanos ya han expresado su no a la guerra . Por su parte, los gobernantes se han limitado durante un mes a exigir tomas de posición y redactar enérgicas condenas. La opinión pública muestra una corriente supranacional en su asco y rechazo a la guerra, pero los gobiernos nacionales son peones de un ajedrez bélico mundial. Este conflicto --eufemismo de guerra-- es paradigmático. Revela aspectos de una misma indigencia moral y política de las naciones llamadas civilizadas.

De entrada, si bien dice querer la paz, cada gobierno mira la estrategia del vecino más poderoso para saber qué le conviene hacer. Una miseria moral que se manifiesta como sumisión y anemia ética. En lo político, destacan otros dos aspectos. Uno, que en tiempos de globalización todos los conflictos son regionales. Ya no hay guerra mundial posible, y los enfrentamientos son episodios de permanentes guerras zonales. Ahora, la larga guerra del Oriente Próximo. El segundo evidencia la escasa capacidad de cooperación multilateral de las naciones. La mundialización ha debilitado a los estados nacionales, pero no ha generado instancias supranacionales capaces de vincularlos a auténticas políticas inter-nacionales. Urgen instituciones renovadas e instrumentos jurídicos y humanitarios que permitan la cooperación y mediación efectivas entre estados nacionales. Globalizar, sí, pero no solo el capital: también la política mundial.

No es fácil, pero las ONG proponen un modelo: cooperación, recursos y ética común ante las miserias de un mundo injusto. Pero en el campo internacional sólo hay GNO: Gobiernos No Organizados que cooperan con desgana. Y nos han ofrecido un espectáculo moral y políticamente lamentable.

*Periodista