Las circunstancias no son las mismas, pero la escalada que Rusia y EEUU y, por extensión Occidente, están protagonizando se parece demasiado a aquella guerra fría de en la que las dos superpotencias se miraban a los ojos con sus misiles nucleares mientras ellas y el resto de mundo contenían la respiración. La relaciones entre unos y otros están ahora en el punto más bajo desde los años 70 del pasado siglo. No hay fecha sin que llegue una noticia que refleje este clima tan deteriorado. Un día es la suspensión de la visita de Vladimir Putin a Francia tras la airada reacción de François Hollande al veto ruso a una resolución del Consejo de Seguridad que pedía la suspensión de todos los vuelos sobre Alepo para permitir la llegada de ayuda humanitaria. Otro día son los vuelos de aviones de combates rusos rozando los espacios aéreos de otros países llegando incluso al Cantábrico. Otro es la presencia de soldados de la OTAN en la república báltica de Letonia o el despliegue de misiles nucleares rusos en el enclave de Kaliningrado que podrían fácilmente alcanzar Berlín, sin olvidar las acusaciones a Moscú de emprender una guerra cibernética para interferir en la campaña electoral estadounidense.

El campo real de batalla de este enfrentamiento es la martirizada Siria donde todos los intentos de un alto el fuego han fracasado mientras Moscú sigue apoyando al régimen de Bashar al Asad y lo hace con bombardeos contra la población civil cuya consecuencia, además de las víctimas sobre el terreno, es la de enfrentar a Europa con su incapacidad para atender los refugiados que genera aquel encarnizamiento contra los sirios. Putin ya había probado el pulso europeo cuando se anexionó Crimea y dejó en el este y sur de Ucrania un conflicto congelado, y después, dando su apoyo a los peores populistas como son Nigel Farage, en el Reino Unido, o Marine Le Pen, en Francia.

Pese a estar sometida Rusia a severas sanciones internacionales, con una economía que atraviesa graves dificultades y aislada del concierto internacional, Putin ha sabido aprovechar el desconcierto que reina en Europa y el impasse que domina la política estadounidense en este complicado periodo electoral de tan incierto resultado para hacer valer su poder y presencia. La política occidental hacia Rusia ha fracasado, pero lo que está por venir puede ser peor todavía.