La destrucción de Irak la pagaremos entre todos con los impuestos, pero los beneficios de la reconstrucción serán para las empresas que consigan un contrato. Los gastos se socializan. Pero las ganancias se mantienen privadas. Esta es la realidad. No es tan rumboso Bush como podía parecer. Ingenuamente creímos que España iba invitada a la guerra, pero ahora resulta que el presidente norteamericano se dispone a pasar el cepillo entre los países socios y ya se afirma que a España le podría tocar pagar 114 millones de euros (19.000 millones de pesetas). Será dinero recaudado por el fisco. El mío, el de todos, porque es doctrina oficial que todos somos Hacienda. Cada uno de nosotros habrá puesto una cantidad en los gastos de la guerra, incluso el pacifista que se desgañitaba por la paz o la señora que expresaba su protesta con una cacerola. Todos habremos contribuido a pagar el misil que mató a José Couso.

Nos tuvimos que resignar con la guerra que no queríamos y ahora la tendremos que pagar. Cornudos y apaleados. No sabíamos que las bombas se pagarían a escote y esto permite valorar más la protesta, que fue limpia y no estuvo contaminada por intereses materiales. Se salió a la calle para defender unos principios morales.

Y si a nosotros nos toca pagar la destrucción, a un grupo selecto de empresarios les corresponderán los beneficios de la reconstrucción. Ya se sabe lo que les tocará a las firmas españolas en el negocio de la posguerra. Serán 6.000 millones de euros (un billón de pesetas) en obras. Vista la guerra desde un plano mercantil, los gastos para financiarla habrán sido un inversión muy rentable.