El nombramiento de Paul Bremer como enviado presidencial de Bush a Irak ha sido tan sorprendente como extraña ha resultado la falta de explicaciones en torno al porqué de su designación. La Casa Blanca no ha dejado claro el papel que deberá jugar a partir de ahora este diplomático y experto en terrorismo, amigo personal de Bush, ni tampoco ha definido cuál será la función futura del denominado virrey de Irak, el general retirado Jay Garner.

En este corrimiento de fichas han quedado claros dos aspectos. El primero, que Bush tenía perfectamente diseñada la guerra, pero no tenía idea de cómo ganar la paz y cómo reconstruir Irak. Dos, que en esa reconstrucción el Pentágono iba a jugar una carta fundamental. Garner, militar, experto en misiles, proisraelí, no fue una buena elección a juzgar por los pocos logros conseguidos durante las primeras semanas. El perfil civil de Bremer deja el futuro de Irak en manos del Departamento de Estado. La figura de Bremer augura un tipo de relaciones más fluidas entre Washington y los distintos grupos que desean liderar Irak, el país que una vez albergó el paraíso y, más recientemente, el infierno de Sadam.