Siento tener que decirlo así, pero la guerra que Occidente sostiene en Afganistán es una guerra perdida. Perdida en los términos en los que el presidente Obama acaba de proclamar como objetivo: eliminar a los talibanes --matriz del terrorismo islamista internacional-- y traspasar el control militar del país al ejército afgano fiel al presidente Karzai . La tarea de Hércules, en tres años. Este plan, que es un calco de lo que Washington está llevando a cabo de Irak no funcionará en Afganistán ¿Por qué? Porque una cosa era Sadam Hussein y su régimen tiránico y otra muy diferente los talibanes. Lo que está detrás del mundo taliban no es un ejército: es una mentalidad. Una forma de odio contra todo lo que representa Occidente --desde la democracia hasta la religión--; un resentimiento que recluta fanáticos tanto en Afganistán como en Pakistán, por no hablar de otros países del Golfo o el Magreb.

Con todas su peculiaridades, Irak era y es un país con estructuras y redes sociales modernas de las que Afganistán carece. Allí sigue viva la sociedad tradicional dividida en etnias, lenguas y clanes que se reparten y administran el poder con arreglo a pautas feudales.

Lo que hasta ahora se ha hecho desde Kabul ha sido pagar a la mitad de los señores de la guerra para que combatan al lado de las tropas de Occidente --de ahí los numerosos episodios de cohecho y corrupción denunciados por la ONU y la prensa--. A cambio, a más de uno, se les ha dejado seguir con el gran negocio del opio. En cuanto se vayan las tropas enviadas por Occidente, volverán a sus propias guerras y nuevos talibanes cruzarán por la frontera de Afganistán.

El Imperio Británico fracasó en su intento de dominar el país; los soviéticos llegaron a empeñar cerca de medio de millón de soldados y también fracasaron. No hace falta tener carné de profeta para avizorar la suerte que correrá el plan anunciado por el presidente Obama. A juzgar por la renuencia a enviar más soldados, tengo para mí que en Berlín (Merkel ) y en París (Sarkozy ) son de la misma idea.