Periodista

Cada día leen ustedes múltiples informaciones. En ellas se cuenta lo importante, lo noticiable . Sin embargo, hay numerosas anécdotas que el periodista no cuenta porque no vienen al caso, pero que generalmente resultan más divertidas que la propia noticia. Recientemente, con motivo del aniversario de la coronación de la Virgen de Guadalupe, un equipo de este diario cubrió el acto al detalle. Diego González, uno de los periodistas, tuvo que entrar en la basílica, pero varios caballeros vestidos con mucha prosopopeya obstaculizaban el acceso, así que Diego conminó a uno de ellos: "A ver jefe, déjenos pasar". El jefe no era otro que monseñor Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y cardenal primado de España, que apartó su cuerpo al tiempo que fulminaba a mi compañero con la mirada.

Uno de los actos fue la procesión de la Virgen. Hubo sus más y sus menos sobre si debía ser llevada en andas por los caballeros de Guadalupe o si también debían portarla los franciscanos. Al final, los monjes se salieron con la suya. Uno de ellos, al observarlo, exclamó poseído por el gozo: "¡Olé tus cojones, los franciscanos llevando a la Virgen!".

La reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea fue un cocedero de anécdotas. La más conocida fue la de los cuernos de Berlusconi, pero hubo otras, como cuando en el ayuntamiento se dio la orden de esperar a que se fueran los periodistas para sacar los aperitivos. O la comida en el Meliá. Servidor aprovechó que dejaban entrar a los fotógrafos para pedirle una cámara a Francis Villegas. Así me colé en la comida, fisgué lo que pude y anoté detalles para contárselos a los lectores, hasta que el jefe de la escolta personal de Berlusconi descubrió que, más que fotografiar, anotaba y me echó del Meliá. Por la tarde, en San Francisco, se me acercó un caballero de bigotín recortado y gafas oscuras que parecía recién salido del Nodo y me susurró al oído: "Soy jefe de seguridad de la Moncloa, si se me vuelven a quejar los italianos, le expulso de la cumbre, le quito la acreditación y me quejo a su director". A continuación me pusieron un secreta al lado, pero no hubiera hecho falta, la voz del camarada del bigotín me dejó petrificado para el resto de la cumbre.

Recuerdo más anécdotas. En una ocasión tenía que entrevistar a Alejandro Sanz tras un concierto. Sus matones expulsaron a todos los periodistas de la plaza donde cantaba. A mí me vieron un poco mayor para andar en aquellos jaleos y me preguntaron que quién era. Les respondí que un camarero y me dejaron tranquilo. Cuando salió el cantante me acerqué a él. El tal Alejandro se había metido lingotazos de whiskie Chivas entre canción y canción, estaba un poco tocado y, en lugar de responder a mis preguntas, se puso a acariciarme la cara con ternura. Al día siguiente publiqué una entrevista incomprensible y etílica, pero desde entonces, para mis sobrinitas soy el rey de las nocheviejas cuando tras las doce uvas y el cava, me ruegan: "Tío, cuéntanos otra vez cuando Alejandro Sanz te acarició la cara, que es superguay".