Todo evoluciona y todo cambia, porque así lo dispuso el Creador. Y así cambian los códigos de convivencia al regular las relaciones sociales, que pueden relajarse. Como hoy, en que, por diferir las mentalidades, hábitos y costumbres no son fluidas las relaciones entre padres e hijos, viejos y jóvenes, jefes y subordinados. Por eso, a veces, se añoran otras pautas de conductas sociales, donde había más respeto, mejores modos, menos ordinariez y zafiedad.

Cambiaron ciertas actitudes, ritos y protocolos, a otros usos desinhibidos e informales: el caballero besaba a la mujer en la mano, y ahora, en la cara, detalle más entrañable; pero, si sucedía en un parque, entre novios, la ley lo sancionaba, por escándalo; el varón cedía como un resorte su sitio a la dama, pero hoy, con mayores de pie, en el autobús, los chicos siguen sentados; aseado era el traje dominguero del joven, y hoy es habitual el vaquero descolorido y roto.Y el tren, de sucia carbonilla, se hizo luego AVE, limpio y veloz. La mujer iba al templo, con sobrio vestido y velo negro, la censura filtraba el pase de películas y el "nihil obstat" abría la edición del libro. Cosas que se fueron al desván del olvido. La vida, pues, tejido de hábitos y modas, irá cobrando, con el tiempo, otro color y contextura diferentes.

Y diversos son los tratamientos: a todo un señor se le dirá simplemente hombre, aunque sea el marqués de Siete Iglesias; y, en los pueblos se llamaba, y se llama, tío al vecino de baja extracción social. Hoy, el "oye, tío" o "tía" son toscas expresiones, en paralelo con la semántica verbal, que irán, inexorablemente, al DRAE, pues será el pueblo, sin más, quien dicte y mande. Y qué decir del tú y el usted; aquél, omnipresente, y éste, casi ausente.

Era impensable que el hijo hablara de tú al padre, como el alumno al profesor, pero se impuso "lo moderno" ¡No faltaba más! Hoy se llama por su nombre al ministro o al presidente del gobierno, aunque, eso sí, seguido de sus títulos. Sólo al Rey se le llama Majestad. O Señor. Como es común, en sanidad, llamar a los enfermos, con su nombre de pila, aunque sean ancianos. Tuteo, por tanto, a calzón quitado, sin que nadie se moleste, en base a una campechanía que, dicen, acorta las distancias de un pasado que protegía los bien amurallados estatus sociales.