Cuando era niño mi madre me llevaba a cortarme el pelo a una barbería que había en la calle Peñas --pobre calle, qué desaseada está-- a diez metros de la plazoleta de las Cuatro Esquinas. No recuerdo el nombre del barbero, pero sí que era bastante calvo y que tenía la costumbre de salir a la puerta cuando algún joven con pelo largo, de aquellos primeros yeyés, pasaba ante su barbería. "Ven que te corte el pelo", les decía, más como regañina que como ofrecimiento. Luego volvía a la faena lamentándose de que existiera esa nueva moda en los hombres de llevar el pelo largo, como las mujeres. Y además usaban esas ropas tan extravagantes: jersey y cazadora muy justos, pantalones campana, apretados en cachas y muy holgados en pantorrillas, y zapatos con tacones anchos de más de cinco centímetros de alto. Visto ahora choca, pero, ¿quién sabe?, puede que algún día vuelva la moda yeyé. Lo cierto es que aquellos jóvenes yeyés no causaban lo que se dice buena impresión, porque los adultos de entonces habían sido educados para concebir que un hombre siempre debía llevar el pelo corto bien peinado y ropas exclusivamente masculinas. De la misma manera, a la mujer se la sometía a criterio moral según la largura de su falda. Seguramente que las primeras que osaron llevar minifalda fueron tachadas de libertinas.

Desde que yo era niño y llevaba el pelo muy cortito con flequillo recto a lo monaguillo han pasado por la historia muchas modas y usos. El pendiente adorna lóbulos de orejas tanto de hombres como de mujeres; el tatuaje ya no es sólo usanza de legionarios ni el pelo teñido exclusivo de féminas; el hombre se depila pecho y piernas, se pinta los ojos y se hace coleta; y la mujer a veces viste como el hombre. Algunos hombres se han convertido en mujeres y algunas mujeres en varones.

Existen infinidad de opciones y tendencias para exteriorizar la estética corporal que a cada cual le plazca, uno puede vestirse y adornarse de mil maneras, y eso es muy sano, siempre que no sea por imposición.