Quizá casi nadie se haya parado a pensarlo, pero una de las características más relevantes de la vieja política es que hace tiempo dimitió de algo tan sencillo como hablar con la gente. Los partidos políticos están organizados, en mayor o menor medida dependiendo de cada uno, por órganos ejecutivos muy reducidos, que toman decisiones supuestamente avaladas por sus respectivos congresos; congresos en los que participan también muy pocas personas (no más del 1% de todos los militantes). Si en España hay casi 36 millones de votantes potenciales, 1,5 millones están afiliados a partidos políticos (4%) y tan solo el 1% de sus miembros deciden algo, estamos hablando de que la política la diseña aproximadamente el 0,04% de la población con derecho a voto.

Esto, que puede justificarse --si nos seguimos empeñando en ello-- por las necesidades pragmáticas de la democracia representativa, debería cambiar radicalmente. Pero ya que esos cambios no son sencillos ni rápidos, y aún menos por las inercias "bunkerizantes" de los partidos institucionalizados, no existe razón alguna para que hace ya años no se haya instaurado, al menos, una eficaz y fluida democracia deliberativa, donde los políticos de todos los ámbitos (concejales, alcaldes, miembros de las diputaciones, diputados regionales y nacionales, presidentes) se sienten a hablar con los ciudadanos, escuchen y anoten, y donde los ciudadanos tengan la ocasión de expresarse abiertamente sobre su problemática cotidiana. Este abismo abierto entre política y ciudadanía es lo que ofrece la dolorosa sensación, finalmente, de que quienes trabajan para los datos macroeconómicos acaban olvidando que esas cifras suponen la felicidad o el sufrimiento de todos; y lo que es peor, la sensación --que en muchos casos no es cierta-- de que les importa poco.

Hay dinámicas políticas que se explican mejor mirando ámbitos grandes (internacional) y otras los pequeños (local). Este caso es de los segundos. Muchos se preguntan por qué en ciclos electorales de tendencia arrolladora (por ejemplo, el actual periodo de hegemonía del PP) hay alcaldes que resisten y, a pesar de la marca deteriorada de su partido, ganan en sus territorios. Por supuesto que la respuesta a esa pregunta es compleja, y en cada sitio pesan más unas u otras circunstancias, pero... ¿Quieren saber una de las partes casi siempre presente en la respuesta? Porque hablan con la gente. En el mercado, en la cafetería, por la calle, en el bar, en los despachos o en el supermercado... hablan con la gente. Hablan, escuchan y actúan: hacen caso.

XLA SOCIEDADx va casi siempre por delante de la política, y más desde que los partidos políticos de masas, que nacieron en la calle y acabaron postrados en los despachos, dimitieron de su inicial función de vanguardia social. Por eso, y en coherencia con todo esto, algunos de los fenómenos que son hoy avanzadilla en la transformación de las formas políticas se caracterizan sobre todo por el ansia de hablar: de preguntar directamente a los afectados (por los desahucios, por las preferentes, por el desempleo), de debatir (asambleas abiertas, iniciativas transversales) y de llevar la voz colectiva a las instituciones (Ada Colau en el Congreso, por ejemplo). Si antes la vieja política era responsable de no sentir la pulsión ciudadana, ahora es culpable de encerrarse para que la voz de la calle no penetre en los despachos; si antes muchos políticos eran responsables de no salir a hablar con la gente, ahora son culpables de no dejar que la gente entre a hablar con ellos.

¿Qué cambios se han operado ante esta imperiosa necesidad de comunicación directa por parte de la ciudadanía? Ninguno relevante. Ejercicios cosméticos semejantes al programa "Tengo una pregunta para usted", donde hasta el Presidente del Gobierno se sometía a preguntas directas --previamente filtradas-- de ciudadanos anónimos --previamente escogidos--, aparentemente a tumba abierta. Y los resultados fueron tan lamentables, demostrando la lejanía sideral entre la clase dirigente y el ciudadano de a pie, que quedaron escarmentados y juramentados para no volver a realizar semejante "loco experimento".

Seguramente existe el convencimiento de que las hojas de cálculo y los informes de los asesores sirven para conocer la realidad, pero lo cierto es que son solo un pálido reflejo. Más allá del tópico de que hay mentiras, verdades y estadísticas, es indiscutible que la comunicación directa es insustituible como instrumento de conocimiento de la realidad. Que no es fácil ya lo sabemos. Pero para hacer lo fácil no es necesaria la política. Quienes defendemos una nueva política estamos hablando con la gente, y cada vez estamos más convencidos de que algunas cosas -solo algunas- son más sencillas de lo que parecen. Pero previamente a la solución hace falta una cosa: voluntad.