XExstá pasando lo que todos queríamos que pasara y esperábamos que pasara desde hace más tiempo del que nos gustaría recordar. Un análisis tan sencillo y claro es todo el comentario que probablemente merece el comunicado en dos tiempos de la banda terrorista. Perder un solo minuto más en analizar su sintaxis o su vocabulario sólo puede contribuir a perpetrar de nuevo la equivocación que anida en la raíz de los fracasos que todos lamentamos y recordamos. Esa misma equivocación que a toda costa debe evitarse ahora: dejar que sea la banda quien marque los ritmos, los tiempos y la agenda en un viaje para el cual ni hay mapas ni hojas de ruta fiables. El infierno está empedrado de buenas intenciones y análisis estratégicos. Lograr la paz pasa necesariamente por el hecho de que desde las instituciones sean la política y las fuerzas políticas quienes marquen esos tiempos, ritmos y agendas en función de la lógica de la paz y no de la lógica de la confrontación. Las condiciones del proceso que se inicia, los términos de la tan mencionada vía del diálogo y la definición de cualquier solución no las puede ni debe fijar ETA en un comunicado. Los problemas y la agenda que plantea ETA son los suyos. El nuestro es ETA y a nosotros nos toca definirlo, y esa competencia corresponde a los parlamentos y a los gobiernos votados por los ciudadanos. El primer paso hacia la paz pasa necesariamente por arrebatarle a la banda terrorista el control de la agenda y los pasos del proceso para que todo lo que suceda sea para solucionar nuestro problema, no los suyos. Para asegurar la consecución de ese objetivo, la elección es bien sencilla: o se tiende la mano lealmente al Gobierno para que intente llevar la nave de la paz a buen puerto o se la tiende con la boca pequeña desde el convencimiento de que se trata de esperar a que el fracaso pase por delante de tu puerta. O se está con el presidente y su Gobierno dispuesto a ayudarle y protegerle en un viaje lleno de incertidumbres y peligros o se juega a tirar la piedra y esconder la mano. Una elección que también afronta el Gobierno y su presidente. O tiende lealmente la mano para que juntos triunfemos donde otros fracasaron o comete el error de intentar monopolizar un éxito que sólo puede ser de todos. Han pasado poco más de 48 horas, pero por desgracia ya tenemos un amplio repertorio de las cosas que no se deben hacer ni decir en estas circunstancias. Algunas eran esperables y casi podemos descontarlas como episodios tan inevitables como estériles. Esperar hoy de Batasuna otra cosa que no fuera su enésima demostración de retórica vacua y estéril no puede conducir más alla de la melancolía. Exactamente igual que abrigar la esperanza de que nos evitaríamos este desfile surrealista de analistas de léxico militar empeñados en discernir la inútil diferencia entre tregua y alto el fuego.

Otros errores resultan más alarmantes e incluso inesperados. Jaime Mayor Oreja y su intolerable hermanamiento entre el Estatut y el alto el fuego ha dejado para la historia un ejemplo insuperable de lo que bajo ningún concepto debe hacer nunca un hombre que ha tenido la responsabilidad de dirigir la lucha antiterrorista. En su descargo conviene decir que por lo menos habla claro aunque esté claramente equivocado. Un error más imperceptible pero más devastador cometen quienes se empeñan en reclamar prudencia y ofrecen su supuesta ayuda y colaboración, mientras dejan sobre la mesa un doble lenguaje orientado a alimentar la sospecha de que alguien en alguna parte está pagando algún tipo de precio político o la de que alguien en alguna parte está levantando el pie del acelerador del Estado de derecho. Mayor Oreja se equivoca, pero habla claro. Los portavoces oficiales de la derecha española que han hablado hasta ahora han acreditado un ejercicio de ambigüedad que únicamente añade ruido y confusión. Nadie ha pagado ni va a pagar precio político alguno. Nadie ha frenado ni va a frenar la acción de la justicia contra los criminales. Repetir ambas afirmaciones como presuntas condiciones sólo obtiene un resultado: teñir con la sombra de la duda. Si lo que se ha elegido es tender lealmente la mano y trabajar para la historia, no para los titulares de los medios de comunicación del día siguiente, es hora de hablar claro y conviene empezar a aplaudir a quien lo haga y afearle su conducta a quien se mantenga en el territorio del doble lenguaje.

Ya sabemos de qué no se puede hablar. Ese debate tocaba ayer y ya fue zanjado. Hoy toca poner encima de la mesa de qué se puede hablar sin que nadie invoque el fantasma del precio político, cuál es el escenario que se quiere construir y se está dispuesto a utilizar sin que nadie alegue que se violentan las normas del Estado de derecho, y quiénes son los interlocutores que van a desarrollar el planteamiento, el nudo y el desenlace sin que nadie se rasgue las vestiduras ni se empeñe en representar un drama de héroes y villanos. En la dirección que ya han apuntado las formaciones políticas que integran la alianza Galeusca, los tres nacionalismos históricos coincidentes en demandar coraje y claridad, es tiempo de que tanto el Gobierno como la leal oposición hablen claro entre ellos y nos hablen claro a los demás. Ha llegado el momento de ser generosos, valientes y decir con claridad diáfana de qué se puede hablar y hasta dónde estamos dispuestos a llegar todos para convertir un simple alto el fuego en el bien común e indivisible de la paz.

*Profesor de Ciencias Políticasde la Universidad de Santiagode Compostela