Europa está al borde del colapso, la tozudez de Alemania va a conseguir destruir el euro... Esto parece ser verdad. Pero permítame el lector que dé otra interpretación de lo que está pasando.

El proyecto del euro debía tener dos patas. Una, la monetaria: un banco central único, con una moneda única y una política monetaria común. Los españoles disfrutamos de sus ventajas durante una década, en forma de financiación abundante y barata. Esto salió bien.

La otra pata debía ser una política fiscal coherente con la moneda única. En su momento, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento estableció límites estrictos al déficit y al nivel de deuda de cada país, para conseguirlo. Sabíamos que eso no bastaba, pero esperábamos que los gobiernos pondrían orden en sus cuentas. No fue así, empezando por Alemania y Francia en el 2004, y siguiendo con los países periféricos durante muchos años.

La pata fiscal empezó mal y se fue complicando de año en año, porque sobrevinieron otros dos problemas. Uno: no se especificó qué hacer si un país sufría una recesión grave, como las de Grecia, Irlanda, Portugal, Italia o España. La respuesta prevista en el Tratado de Maastricht era: cierre usted su déficit cuanto antes. Una excelente recomendación si el país en cuestión no sufre una recesión profunda y dispone de financiación suficiente. Pero nosotros estamos ahora en una recesión, y los mercados financieros no quieren darnos financiación. O sea que la recomendación no sirve. La austeridad era necesaria antes de que estallase la crisis; ahora hace falta otra política. Pero Europa no la había previsto.

XEL OTRO PROBLEMAx es que la moneda única se basaba en el supuesto de que no se daría una crisis de deuda soberana en la eurozona, o sea, ningún Gobierno estaría al borde de la suspensión de pagos. Pero eso ya no es verdad en Grecia, y cada vez menos en los otros periféricos, e incluso en países centrales, como Bélgica y Francia. Y ¿por qué es importante esto? Porque los bancos europeos han invertido generosamente en deuda de esos países, pensando que nunca serían insolventes. Y si ahora lo son, los bancos pueden estar en una situación de quiebra o próximos a ella.

Así las cosas, hay un consenso general en que, a corto plazo, hay que proporcionar financiación a los bancos europeos, de lo que se encarga el Banco Central Europeo, y a los gobiernos, de lo que se debería encargar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. Pero ¿de dónde sacará el dinero ese fondo? De los países que ahorran más de lo que gastan, encabezados por Alemania. O, alternativamente, habrá que emitir eurobonos, o sea, deuda con la garantía de todos los países, desde los insolventes griegos hasta los supersolventes alemanes. Y, en ambos casos, Alemania y sus socios se niegan a hacerlo.

Y es lógico: se han pasado décadas cantando las ventajas de la austeridad a gobiernos manirrotos, como los griegos, italianos y españoles, que no les han hecho caso. ¿Y ahora pretendemos que estén dispuestos a prestar a esos gastadores irresponsables? ¡Ni hablar! Que empiecen poniendo su casa en orden, dicen; que cierren sus déficits. Pero ya lo hemos dicho, cerrar el déficit en plena recesión agrava la recesión y, en definitiva, impide el mismo cierre del déficit: la política de austeridad está condenada al fracaso.

¿De verdad los países ahorradores se niegan a venir en auxilio de los despilfarradores? Me parece que lo que quieren es que estos pongan antes en orden sus cuentas. Cada día que pasa, los mercados se ponen más nerviosos, pero al menos ya han conseguido que los griegos y los italianos pongan al frente de sus gobiernos a primeros ministros que se supone son más responsables, y que el cambio político en España vaya en la misma dirección. ¿Qué habría pasado si Europa hubiese ofrecido plenas garantías sobre la deuda griega o italiana? Que Papandreu y Berlusconi seguirían como primeros ministros y no habría tenido lugar el cambio de política económica en esos países.

Mi diagnóstico, pues, es que Alemania y sus socios esperan una acción decidida de los gobiernos periféricos para ayudarlos. Esto tardará tiempo, y las condiciones serán muy duras: para empezar, ya hay un control externo sobre las cuentas públicas italianas. Por tanto, cuanto antes demos el primer paso, mejor. ¿Que perderemos nuestra autonomía fiscal? Ya no la tenemos: nos guste o no, estamos en manos de nuestros acreedores, como está en manos de su banco la familia que no paga su hipoteca. Aun así, nuestro Gobierno elegirá en qué gastar; lo que no podrá hacer es gastar por encima de sus ingresos.

Si el análisis anterior es correcto, la moneda única se mantendrá, con políticas fiscales consistentes y con controles rigurosos; veremos probablemente formas de financiación comunes e incluso un Ministerio de Finanzas europeo. Eso estaba ya en el diseño original de la zona euro, pero pensamos que tardaría décadas. Ahora, probablemente, está más cerca. Lo que no significa que las convulsiones financieras vayan a reducirse, al menos durante muchos meses.