XLxa intención de estos líderes mundiales, encabezados por el brasileño Lula y el español Zapatero , es magnífica, máxime si se tiene en cuenta la tupida red de intereses, legítimos y menos legítimos, que subyacen en la política internacional.

La existencia del Hambre en el mundo es una cuestión que tiene raíces muy complejas, pero en la mayoría de los casos totalmente ajena a la presencia o ausencia de recursos naturales en un determinado territorio, menos aun a la incapacidad de producir alimentos suficientes para alimentar a toda la población mundial, las causas son muy otras, y muy diferentes los sitios donde hay que buscarlas. Hay, por ejemplo, elementos culturales básicos que condicionan las políticas de los gobiernos.

La explosión demográfica es uno de ellos. Las religiones, tanto católica como islámica, hacen un flaco favor a la causa de combatir el Hambre, con sus pr¨dicas contra el control de natalidad. Esta cuestión es particularmente importante en el mundo islámico, en donde frecuentemente la religión secuestra a la Sociedad. En el mundo católico carece afortunadamente de importancia dada la modesta influencia que la religión tiene en estas sociedades y la práctica laicidad reinante en todas ellas. Las cifras sobre el crecimiento demográfico de estas poblaciones resulta muy alarmante, y la previsión de que duplicaran la población en los próximos treinta años es una noticia alarmante.

La explosión demográfica no es sólo privativa del mundo islámico, se da también en los países iberoamericanos, y no es ajeno a ello la fuerte influencia que conserva la religión católica en alguno de estos países. Igualmente en gran parte de Africa, tienen también gran influencia a este respecto, substrato culturales de difícil erradicación.

La China de hace treinta años crecía a un ritmo dieciséis millones al año, el gobierno de la época promulgó la draconiana orden de prohibir tener más de un hijo por matrimonio, cierto que no eran un ejemplo de democracia, pero no es menos cierto que el parón demográfico ha posibilitado a China, no sólo acabar con el hambre, sino también un crecimiento económico que le ha permitido convertirse en la tercera potencia mundial. Obviamente, nadie desde ópticas occidentales, puede propugnar medidas tan radicales, aun teniendo tan buenas consecuencias, pero el apostolado del control de natalidad, enfrentándose a quien haya que enfrentarse, sí tenemos la obligación de hacerlo. Sin excusas de respetos culturales o tactismos políticos. Y sin demasiadas preocupaciones por responder a aquellos de dentro de casa, que nos animan a colonizar el fondo del mar, como respuesta más ocurrente para resolver el problema de la explosión demográfica. La corrupción política es otra de las grandes causas del hambre. ¿Cómo explicar si no el hambre reciente en Argentina?, por poner un ejemplo emblemático. Son demasiados los países en el mundo que sufren la corrupción de sus gobiernos. Países en los que gran parte de las ayudas que se mandan para combatir el Hambre, nunca llegan a sus destinatarios, porque son vendidas por una larga madeja de funcionarios corruptos, al final de la cual suelen estar miembros del propio gobierno.

El Hambre tiene muchas más causas, guerras interminables e inútiles en las que hay abundante dinero para comprar armamento y sin embargo no lo hay para comprar pan. Territorios en los que la Naturaleza cambia bruscamente, bien sea por los cambios de los ciclos naturales o por la desmedida influencia que la acción antropogénica tiene en nuestros días. En cualquier caso, bienvenida sea la cruzada contra el Hambre emprendida por estos jefes de jefes de gobierno. Merece la pena aunque el éxito pudiera ser dudoso.

*Ingeniero y director general de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura