El periodismo cuenta historias, unas pequeñas y personales que solo tocan la vida de sus protagonistas y su entorno; otras, más grandes, que son de alguna manera más universales y cambian el rumbo de la Historia como la conocemos, esta vez con mayúsculas. Cuando estás aprendiendo el oficio, aspiras a contar muchas de estas últimas. Grandes titulares que sean leídos o escuchados por una mayoría, pero nada te prepara para lo que estamos viviendo en el último año. Porque cada portada, parece ser de las que van a marcar un antes y un después. Cada récord, cada hito, parece insuperable, pero el día siguiente nos corrige en nuestra arrogancia o ignorancia, y parece que siempre cabe una gota más en este vaso, que hace tiempo que está a rebosar. Y sucede lo 'imposible': el hambre de actualidad y adrenalina se entumece por el hartazgo de tanta sensación de 'hacer Historia' a diario.

En nuestra tierra solo en el último mes hemos cruzado muchos 'límites' que al inicio de esta crisis sanitaria nos parecían impensables. Hemos superado el millar de muertos en la región por coronavirus y seguimos sumando, quince, ayer mismo. Los nuevos casos positivos sobrepasaron los mil quinientos el sábado, y también este pasado fin de semana, por primera vez desde el inicio de la pandemia, se alcanzó otra plusmarca: 574 personas ingresadas por covid en nuestros hospitales. Hemos llegado al punto que la palabra récord se ha vaciado de significado. Porque aunque se nos encoja el corazón con cada nuevo dato máximo y pensemos que peor ya no podemos estar, nuestro 'pepito grillo' nos susurra al oído que nos preparemos para 'el más difícil todavía', porque esto no ha tocado techo y siempre habrá un mañana.

Y como somos humanos, y no queda otra, nos hacemos a los golpes y continuamos en la brecha. Aunque a mí me siga dejando con la boca abierta ver cómo nos hemos adaptado a este desesperanzador suma y sigue sin pestañear. Porque cuando todo esto empezó, hace ya casi un año, nuestra 'normalidad' era otra. Más de cien muertos en el mismo día por la misma causa hubieran abierto los Telediarios y España entera habría llorado con los familiares y amigos de las víctimas, como si de un drama nacional se tratase. Así lo hicimos cuando sucedió el accidente aéreo de Spanair, en el que perdieron la vida 154 personas. Y todavía recuerdo el mazazo que fue para la sociedad y el impacto que causó el dolor de aquellos funerales. A día de hoy, aquel duelo nacional parece que sucediera en otra vida, una en la que la sensibilidad por el luto ajeno era completamente distinta a la actual. Porque irónicamente, la misma cifra de fallecidos a día de hoy le valdría a más de uno una palmadita en la espalda, y nos haría pensar que el principio del fin está cerca.

Pero es que la realidad se nos ha dado la vuelta como un calcetín, como diría mi amigo Antonio Barquilla. Y en estos más de 300 días ya que el bicho llegó a nuestros titulares, hemos visto y oído cosas inimaginables, que en otro tiempo hubiesen sido también pura ciencia ficción. Como que nuestros niños y nuestros maestros hayan pasado una de las peores olas de frío que se recuerdan ateridos en las aulas porque hay que abrir las ventanas para ventilar, mientras los políticos regionales deciden sobre sus destinos calentitos en sus despachos y con la calefacción a tope. O como ver al presidente de la Junta de Extremadura diciendo en rueda de prensa que se estaba vacunando poco en nuestra comunidad autónoma por prudencia, porque la vacuna se había aprobado en un periodo de tiempo excepcionalmente corto y querían ver cómo reaccionaban los primeros en haberlas recibido. Y una no puede evitar pensar qué le habrán parecido estas declaraciones a Vicente Mirón, ese entrañable señor de 72 años, que con su camiseta del grupo Triana fue el primero en la región en inocularse contra el virus. Surrealista, como poco. Y hasta indignante, si nos ponemos estupendos.

Ojalá volvamos pronto a la gris cotidianeidad de las noticias aburridas y los titulares esperados. Qué ganas de normalidad de la de antes, de días sin muertos, ni cifras de contagio, ni ingresos, ni olas que no sean las del mar que tanto echamos en falta los que vivimos tierra adentro. Qué hartos estamos de hacer Historia y vivir en la incertidumbre de no saber qué nuevo récord nos deparará mañana.

*Periodista