España ha cerrado el año 2010 con una deuda pública de 638.767 millones de euros (60.1% del PIB), deuda no fácil de abordar con un déficit público de 98.227 millones (9,8% del PIB). Las familias sumaban una deuda de 888.032 millones en marzo de 2011 (el 76% es deuda hipotecaria). Todos los agentes se han endeudado porque había dinero fácil y barato, pero con una diferencia fundamental: las empresas y las personas que decidieron endeudarse están obligadas a pagar por ello, mientras los decisores institucionales no sólo no van a pagar por sus erróneas decisiones, sino que son también las empresas y los ciudadanos los que tendrán que costearlo.

Las Administraciones Públicas han correspondido con más gasto público (que el Estado salve la situación), pero si algo estamos aprendiendo es que el sistema fiscal apenas consigue sostener al Estado cuya administración que se ha mostrado ineficiente. Por absurdo que parezca, aún hay personas con responsabilidades políticas que creen que el Estado puede libremente mejorar la economía con sus propios recursos. Pues no, el Estado se alimenta con lo que le aportan las empresas y los ciudadanos a través de su trabajo. En estos momentos, las Administraciones Públicas adeudan 13.300 millones de euros a los empresarios autónomos; lo que supone un testimonio claro de que hasta las pequeñas empresas están financiando al sector público.

XHACE FALTAx dinero y el Estado por sí mismo no va a crear riqueza en la economía española, así de rotundo. Si algo nos demuestra la situación actual es que es imposible hacer una política eficiente de gastos sociales con una política ineficiente de ingresos económicos: lo público no es gratuito, sino que lo paga quien trabaja. Por lo que cuantas más empresas se creen y más personas trabajen menos nos tocará pagar.

En esta situación, se debería valorar más la experiencia de quienes, durante generaciones, han superado situaciones adversas: personas capaces de arriesgar su dinero y crear empleo a partir de negocios rentables, rentabilidad que se extiende hacia el bienestar ciudadano a través de los impuestos que pagan. Fijémonos que si argumentamos lo anterior al contrario, si el Estado en su afán recaudador grava cada vez más las fuentes de las que el bienestar se nutre, el efecto es perverso. A ello se añade que pagar a millones de personas por no producir nada o casi nada (economía sumergida) es una causa de inflación que también debe preocupar ya que solo adormece transitoriamente el problema (el IPC interanual cerró el pasado mayo con un 3.5%). Parte de la solución la encontraremos si conseguimos transmitir a la sociedad un mensaje muy concreto: la necesidad de emular a quienes han sabido gestionar recursos económicos y han superado crisis similares a lo largo de la historia. ¿Qué se puede aprender de las Empresas Familiares?; muchas cosas, desde luego, pero todas podrían resumirse en un solo elemento: esfuerzo.

Las familias que han sabido crecer en términos económicos nos muestran que se puede aprender a asumir riesgos y a generar valor. El legado recibido durante generaciones constituye el mejor ejemplo de gestión del conocimiento. Independientemente de la ideología política que uno persiga, nadie debe dudar que un entorno regional con empresas creadoras de empleo constituye el mejor escenario con el que nuestra sociedad puede soñar en estos momentos. Pero para que haya empresas debe haber personas que arriesguen su dinero y su tiempo, y es ese tipo de persona a la que hay que buscar, motivar y apoyar. El espacio está ahí para todos y es necesario promover y extender de una vez la cultura de la actividad empresarial.

Una Empresa Familiar forma parte de la sociedad, de la política, de la economía, de la cultura, de la historia y, cómo no, de las mismas personas. Generalmente la familia empresaria mantiene la sede social de la empresa en la zona geográfica donde se originó; incluso hay casos en que lo hacen en contra de los principios de gestión más elementales como costes de transporte, cualificación laboral, etcétera. Son personas que aglutinan los valores que definen la cultura empresarial: responsabilidad, saber captar y motivar el mejor capital humano, regenerar la visión del negocio, valorar la importancia del conocimiento, la disciplina y objetividad a la hora de responder ante los compromisos adquiridos, saber tomar decisiones, saber que no se puede ganar si nos vence el miedo a perder, entre otros muchos.

A lo largo de la historia se ha demostrado que son estos valores los que impulsan el núcleo de la Empresa Familiar, la cual tendremos que considerar más en los próximos años. Quienes toman decisiones macro deben entender que no pueden estar aprendiendo a navegar cuando el barco corre el riesgo de hundirse, por lo que los decisiones micro (empresarios y ciudadanos) debemos estar preparados para saber qué hacer para que el barco no se hunda. ¿Seremos capaces de poner de moda la figura del buen empresario?

*Catedrático y director de la cátedra de Empresa Familiar de la Uex.