Llevo cuatro días en Barcelona, después de volver de mi ciudad de origen, Las Palmas de Gran Canaria. No recordaba que, aunque es fantástico vivir aquí, también es abrumador. En estos días he sentido miedo: al salir a la calle sola, al coger el metro de noche, al salir a tirar la basura a según qué horas. Y no es infundado. Cinco minutos en la calle y ya había sido abordada por un grupo de hombres que me gritaban comentarios machistas. En el metro, gestos obscenos por parte de un chico de mi edad. Al salir, dos hombres me preguntaban si buscaba diversión. Parece sencillo pensar que cuando alguien te falta al respeto tienes que plantarle cara. La realidad es que nos quedamos bloqueadas. Cada vez que acudo a mis amigas porque siento impotencia, la respuesta es que ellas sufren lo mismo. Soy libre de salir cómo y cuándo quiera, pero la triste realidad es que a veces prefiero quedarme en casa. Esto tiene que cambiar ya.