Conocí a Heraclio Narváez prácticamente recién llegado a El Periódico Extremadura. La Denominación de Origen del jamón ibérico daba sus primeros pasos hace treinta años y como presidente del marchamo de calidad tenía por delante un gigantesco trabajo: convertir al entonces desconocido jamón extremeño en el ‘buque insignia’ de nuestros productos. Cuando el covid-19 nos lo arranca prematuramente su labor se pone negro sobre blanco.

Ahora ya todo el mundo conoce las excelencias del jamón ibérico extremeño con DOP y las distingue de productos como el serrano. Bueno, todos menos el presidente del gobierno, según quedó patente en la última Feria de Zafra. Y este mérito, en una gran parte, se debe a Heraclio Narváez. La dehesa, de la que fue virrey, era el paraíso de este industrial de Jerez de los Caballeros y emprendedor nato.

Últimamente estaba más volcado en sus proyectos locales de restauración. Desde hacía unos años mantenía un perfil bajo en sus apariciones públicas. Sabía delegar. Siempre defendió con pasión ‘lo suyo’, que por ende era lo nuestro. Quienes lo conocieron más a fondo hablan de una capacidad innata y natural para encontrar soluciones a los problemas más complejos. A lo largo de tantos años de entrevistas descubrí que tras el ademán repeinado -y cierto aire de señorito en una primera instancia- había un hombre afable que tendió miles de puentes desde la dehesa extremeña al mundo.

Con Heraclio se dignificó la producción porcina, pues desde muy joven estuvo vinculado a ella. Recuerdo con una sonrisa su eterna desconfianza de la prensa, que siempre lo trató con cariño y lo puso en palmitas. Es una pena que la buena labor de alguien aflore cuando éste desaparece. No sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Refrán: Tinto con jamón es buena inyección.