Escritor

Si mi Adelita se fuera con otro, cómo seguirla por tierra en un tren, aunque no sea militar, si entre huelgas, retrasos y trasbordos, cuando la encontrase, le habría dado tiempo a la muy pérfida de agenciarse una familia numerosa y de tramitar dos divorcios a su favor. Y de seguirla en un buque de guerra, qué calamidad, pues acabaría seguramente en las costas gallegas, embuchado en un mono blanco, limpiando impurezas y saludando con mi guante enlodado al Rey y a los ministros que vinieran a darme ánimos desde la orilla de cualquier paseo marítimo. Así que, bien pensado, ni la sigo siquiera, si quiere irse, que se vaya con quien le dé la real gana, que yo me quedo en casa suicidándome poco a poco frente al televisor, que no hay ninguna prisa. O me voy a las tiendas de todo a cien, a hurgar entre las novedades, a ver si un día, entre tanta basura, encuentro la espada del Capitán Trueno, tan desprestigiada, o la lira de Fideo de Miletos, olvidada de las musas y de los hombres, o a ver si por un casual acaba entre mis manos el estribo herrumbroso del rocín de don Quijote. Porque todos nuestros héroes son ya retales que se venden al menudeo. Pobres diablos que han sucumbido ante la presión de los Hombres X y el increíble Hulk y el Hombre Araña y sus poderes magníficos. Qué podría El Jabato, sin más armas que su nobleza, su don de lenguas y su espada ibera, ante el prodigio de los ojos que lanzan rayos desintegradores o frente a la chica invisible o el hombre antorcha. Nuestros héroes, por no saber, no saben ni viajar en el tiempo, que es lo menos que se despacha en el oficio de superhéroe. Por eso los arrinconamos y por eso le hemos cedido su espacio en nuestro corazón y en nuestros estantes a esa turbamulta maravillosa de gente impropia al género humano, porque nuestros héroes eran como esa zanahoria que se le pone al asno ante los ojos para que no se detenga, siempre a un paso de ser alcanzada y siempre inalcanzable, y eso crea frustración, mientras que los superhéroes del cómic americano son tan descaradamente inhumanos que ni siquiera sirven como referentes; son tan sólo eso, entretenimiento para corromper el ocio. Somos el único país del mundo que posee un autógrafo de su héroe épico, es decir, el único que fundamenta su leyenda en un héroe de carne y hueso, pero, si hoy mi Adelita se fuera con otro, no sería del brazo invicto del Cid Campeador, sino bajo la capa prodigiosa del Capitán América.