La agenda cultural placentina me trajo hace unos días a la capital del Norte de la comunidad. Me encontré en medio de un conjunto de actividades que, con el impulso de la concejalía de Educación y Cultura, están volviendo a recuperar el papel de referente y dinamizador que se tenía anteriormente en esta ciudad.

Aquella tarde me tocó presentar una conferencia del profesor Julián Chaves quien nos trajo y motivó una serie de reflexiones que considero positivo exponer a la opinión pública.

Partiendo del último Premio Cervantes, Juan Gelman , recordaba cómo resulta necesario conocer el pasado para poder cicatrizar las heridas. Cómo memoria y olvido son dos conceptos contrapuestos o cómo no es tan fácil recordar para el que sufre.

Julián Chaves sacó a colación de nuevo aspectos terribles de nuestra última contienda civil y de los que podemos resaltar el hecho de que hubo muchos más muertos en la retaguardia que en el frente. O que los archivos, para conocer el pasado al que hacíamos alusión, han permanecido vedados durante mucho tiempo para la mayoría de los historiadores (¡pero no para todos!).

Por estas razones cobran fuerza los testimonios orales. Con la sana intención de recuperar la dignidad de todos y por este mismo motivo es respetable la oposición al tratamiento de los temas, si bien, lo que se debe exigir es que sus argumentos estén fundados. El debate siempre será enriquecedor. El pensamiento único ya pasó hace tiempo.

Los hijos de la Democracia están demostrando el interés por su pasado más reciente. Prueba de ello es la inmensa implicación en jornadas universitarias o en la posibilidad de realizar labores sociales dando voz al que no la tuvo.

Evidentemente algunos plantean que este tema no debe ser motivo ya de preocupación. Y menos para las nuevas generaciones que no han vivido ni siquiera las consecuencias de una dictadura. ¿Por qué no? ¿Sólo podemos estar obsesionados por cuestiones materiales inmediatas? O es que en medio de la ceremonia de la confusión, como me confesaba un amigo con amargar ironía, estamos "metiendo la llaga en el dedo del ahorcado".